... O quizás no debería poner lo
de "otra vez" cuando nunca he dejado de estar sola.
He dejado de sentirme oprimida y
al mismo tiempo alejada por (y de) la realidad.
La medicación, las actividades,
el volver a tener intereses e incluso metas, todo ello contribuyó a que
comenzara a sentirme mejor en mi piel, más cómoda conmigo misma. Pero nada es
eterno, todo muta y otras frases hechas por el estilo, vuelvo a no quererme en
mi piel, a aburrirme y desanimarme con tan solo pensar en volver (seriamente y
no de Pascuas en Ramos) a las clases. Los días se hacen pesados, y cada hora
que paso alejada del mundo convierte ese mundo en todavía más insoportable.
Todo esto podría habérmelo
ahorrado si tan solo me quisiera un poco.
Pero no puedo, no sé cómo. Soy
una de esas personas que "suponen" que correrían si se encontrasen en
peligro, siempre y cuando la adrenalina haga su función y no me deje pensar.
Porque si tengo esos segundos para sopesar las opciones, si el pánico no me
alcanza lo suficientemente rápido, no sé si correría. Pero sí sé que la imagen
que me acompaña en mi cabeza cuando lo pienso es la de una esfinge, quieta,
serena y con una media sonrisa de satisfacción.
El día a día, sin embargo, me
acecha y es la hora crítica de la tarde (sobre las ocho) en que debo empezar a
tomar decisiones sobre el mañana. Cuestiones de vida o muerte como: ¿me ducho?
¿me lavo el pelo, o aún puede aguantar un día más? Si las respuestas son
positivas paso al siguiente punto: ¿cuánta medicación tomo para dormir? Como mi
sueño hace lo que le da la gana, nunca me han dado una pastilla en concreto
para descansar las ocho horas diarias, sino que me dejan ir ajustando los
ansiolíticos y el Lormetazepan según mi criterio (¡criterio!, ¡cómo si tuviera
alguno!). Eso supone elegir una de las siguientes opciones: dejarlo a la suerte
(y a la naturaleza), lo que suele suponer no dormir hasta las cuatro o cinco de
la mañana y luego ser incapaz de levantarme a tiempo por las mañanas; tomar el
ansiolítico solo, lo que significa que... pues depende del día, a veces
funciona bien, a veces demasiado bien y a veces en absoluto; o tomar ambas
medicaciones, lo que me asegura 12 horas de zombie. Si escojo entre las dos
primeras, le estoy dando algún tipo de posibilidad al mañana. Entonces toca la
ropa. Que tape, que tape mucho. Y que los colores coordinen. Hasta ahí llego.
Aunque al día siguiente sé que corro el grave peligro de mirarme al espejo (¡putos
espejos!) y de verme tan fea por fuera como me siento por dentro, dejar los
libros y quedarme en la habitación. Hoy, sin ir más lejos, ha tocado uno de
esos días.
Para nada patético.
¡Qué va!
Bueno, pues ha llegado la hora. Y
lo único que he decidido es que paso que devolverle la llamada a una amiga (sí,
alguna aún me queda), porque no voy a poder fingir el "todo va bien"
de los últimos tiempos. Y no quiero tener que oir durante media hora las mismas
consabidas tonterías bien intencionadas que todo el mundo dice en estas
ocasiones.
Paso.
Ya vendrán días mejores (y
peores, e iguales).
Os dejo, voy a darle el primer sí
al mañana y ducharme.