sábado, 10 de agosto de 2013

Me siento una estafa, posiblemente porque lo soy.

Es la primera vez en mi corta experiencia en Facebook que me divierto. Estoy encontrando a gente con la que de verdad me gusta hablar y compartir las cosas. ¿Y qué hago yo? Pues voy y la fastidio.

No sé cuándo comencé a fingir lo que no sólo no soy, sino lo que me resulta imposible ser. ¿Al cambiar de colegio constantemente, lo que me permitía reinventarme? Antes, quizás: recuerdo jugar siempre a ser otra, a ser diferente. Todos los niños lo hacen, supongo, pero yo no he parado aún.

¿El problema? En realidad son dos: uno, que ya no me divierte y dos, que no lo controlo. No me hago un traje a medida sino que me obligo a meterme en un disfraz que ni siquiera me gusta, y cuando me doy cuenta de lo que he hecho, ya es demasiado tarde para arreglarlo. ¿Y qué me queda? Desarrollar el personaje, jugar a ser actriz en la vida real. Y evitar a toda costa el ser descubierta, lo que suele implicar mantener las distancias con la gente o directamente evitar todo trato directo con ella.

Quizás esa sea la razón de mi comportamiento: evitar que me conozcan, que descubran quién soy de verdad cuando se acerquen a mí. 

Y soy buena actriz, debe ser cierto que la práctica lleva a la perfección. La gente se cree lo que le cuento, quizás porque tiendo a aparentar normalidad en lugar de excepcionalidad; quizás porque primero me molesto en buscarlos y re-entrar en sus vidas tan sólo para mentirles enseguida. Quizás, sencillamente, es mi latente talento de estafadora.

Por más vueltas que le dé, sigo sin encontrar una respuesta, un porqué que cubra todas las bases, que explique todas las causas.

Mis últimas víctimas han sido hombres, lo que de por sí es excepcional, ya que suelo tratar casi exclusivamente con mujeres (tener amigas me resulta más seguro que tener amigos, no vaya a ser que estos deriven hacia algo más íntimo). Uno de ellos es mi primer "novio" (10 añitos teníamos), la mentira puede considerarse "light". De hecho si tuviese algún tipo de control sobre lo que invento, podría considerarse hasta corriente. Luego está un amigo del instituto, que ha merecido una mentira algo más elaborada dado que él también conoció a una Alice más maltrecha. Y finalmente está la víctima perfecta: la que no sólo consiente, sino  que pide más.

Este último comienza a ser un problema, lo presiento: estamos en la frontera. Él quiere más del personaje Alice, y Alice está más que dispuesta a seguir el juego. Si continuamos, le hago daño. Si abandono abruptamente el tablero, le hago daño. Si fuerzo una muerte natural sobre nuestra renovada "amistad", no sé si colará: la mentira y la pretensión ya han llegado demasiado lejos.

Lo único que verdaderamente sé es quién impulsó este comportamiento que creía superado, olvidado y, lo más importante de todo: controlado. Fue el contacto con alguien a quien hace tiempo dejé entrar en mi vida, dejé que me conociera de verdad y pedí que nunca se fuese. Y entonces, cómo no, decidió desertar y me dejó, por primera vez en mi vida, entendiendo porqué la gente odia la soledad. 

También esa experiencia creí tenerla olvidada, situada completamente en un pasado al que no deseo volver. Me equivoqué: sigo odiando que me dejara, sigo culpabilizando que me encontrase insuficiente, sigo resintiéndome de su rechazo, uno de los pocos que no solamente hicieron daño, sino que me resultaron incomprensibles. El último, de hecho, que me cogió por sorpresa.

Ahora he atacado yo primero, he mentido tanto y tan bien que me he asegurado no sólo su desaparición completa de mi vida, sino también su dolor. Y por un efímero momento logré sentirme vencedora. 

Pero en el fondo entiendo que tan sólo ha sido el principio de mi derrota, que intentando protegerme, me he desvirtuado y no sólo a sus ojos, sino a los míos. Mientras, las mentiras siguen expandiéndose, como una miasma que asfixia la pequeña esperanza de futuro que tan dura ha sido de obtener. 

Y, lo que puede ser potencialmente peor, sigo abriendo nuevos caminos por los que la mentira pueda campar a sus anchas, y alguno de esos terrenos han sido, hasta ahora, sagrados. Los he salvado de mi propia locura, los he resguardado pese al dolor y a la soledad. Quizás tan sólo para perderlos ahora a la mentira.


martes, 6 de agosto de 2013

¿Alguien más se reconoce?


Me da vergüenza admitirlo y no sé por qué lo hago, pero aunque llevaba tiempo sin hacerlo, la compulsión ha vuelto. Y me siento una mierda, y un fraude, y sigo haciéndolo.
¿A alguien más le pasa? ¿Me contáis vuestra experiencia, por favor?
No sé porque me siento obligada a hacerlo. Es como una compulsión. Cuánto más que me diga y me repita: "no lo hagas, no lo hagas", más rápido caigo en la tentación. 
Me siento una mierda, la verdad. Un asco de ser humano que no se merece nada.
¿Por qué lo hago? ¿Por qué?

"El autosabotaje es todo comportamiento provocado, inconscientemente, por nosotros mismos, que nos perjudica especialmente en temas amorosos. Es fruto de la baja autoestima y de la inseguridad, se alimenta de los miedos e incertidumbre de nuestros actos. El autosabotaje nos lleva a evadir responsabilidades e incluso provoca el rechazo de la felicidad por miedo a sufrir una vez más y ser lastimados nuevamente.
Otra de las razones es que nos dan miedo los cambios y nosotros mismos nos conformamos por temor de no saber si vamos a estar a la altura de ellos.
El amor es un sentimiento seguido de un comportamiento, por ello, de manera inconsciente, provocamos el autosabotaje cada vez que conocemos a una persona de esas que pensamos podrían entrar directo a nuestro corazón y hacernos daño.
Así, claramente, el autosabotaje es un patrón de autodestrucción, es el hijo directo de la culpa e incluye al auto-castigo. Es una consecuencia de no sentirnos a gusto con nosotros mismos.
Algunas de sus manifestaciones son:
- Sentir flojera de ir a algún sitio que trae beneficios como conocer personas.
- Guardar rencor por demasiado tiempo.
- Posponer proyectos que podrían hacernos felices.
- Romper relaciones sentimentales con personas amorosas y estables.
- Deprimirse con frecuencia sin motivo aparente.
- Sufrir de ansiedad.
Las personas que practican el autosabotaje tienen hábitos de dañar las relaciones y las destruyen ellas mismas, son conductas inconscientes resultado de vivencias insatisfactorias.
Nos autosaboteamos para sentirnos víctimas, nosotros mismos provocamos los fracasos para evitar la felicidad y protegernos del sufrimiento, tenemos actos instintivos por miedo, vulnerabilidad o fragilidad, y empezamos a ponernos una coraza.
Nunca permitimos que nos vean frágiles para evitar que nos lastimen y nos blindamos, pero pensemos que debemos dejar el corazón abierto y limitarnos a disfrutar el aquí y el ahora, dejarnos querer. Recordemos que vivir es arriesgar y, si no arriesgas, no ganas."
Por Claudia Contreras Bedolla, experta en Autoestima y Realización Personal
Revista Hoy, 6 de mayo de 2013.



sábado, 3 de agosto de 2013

Esta semana

Hoy he tenido el día "raro". Después de escribir la entrada anterior sentí un enorme alivio, como si me hubiese sacado un peso de encima. Quedé con una amiga (la única persona que he conocido que lee tanto o más que yo, tenemos un vicio con los libros...). Le conté mi vida de este último mes que no nos habíamos visto. En realidad me lo paso muy bien cuando quedamos: siento todavía cierta ansiedad antes de salir de casa, sigo pensando "oh, ojalá no tuviese que ir". Y después nos pasamos cuatro horas hablando como cotorras. Y realmente me sirve para desconectar.

En general esta semana tuve mucho contacto social: mi mejor amiga cumplió años, quedé con Susana para tomar ese café y hace un par de días vino mi prima favorita, toda la tarde contándonos nuestras vidas y miserias. 

También he reconectado con la gente del Facebook. Esta última temporada sólo lo usaba para chatear con una persona y esta semana me dio por cambiar de actitud radicalmente y les mandé mensajes a casi todos mis amigos. Me sigue sorprendiendo que con determinadas personas, pese a que hace años que no nos vemos, podamos tener una conversación natural, como si nos hubiésemos visto ayer. Así que he reconectado con casi todos, hemos quedado en vernos pronto (aunque eso ya es más difícil). De todas formas es agradable volver a hablar con gente con la que perdiste el contacto hace años, y que encima conocí cuando estaba hundida en la miseria, y no sólo guardan buen recuerdo de ti, sino que se muestran dispuestos a volver a vernos y contarnos nuestras vidas. Necesitaba ese empujoncito que te da el sentirte apreciada.

También he vuelto a toda mi actividad con las protectoras, pensando que, donde la gente te puede fallar, un animal nunca te decepciona. Mi situación en las asociaciones de protección de animales de mi zona es un poco confusa: me gustaría implicarme al 100%, ser voluntaria para todo lo que necesitasen y además sé que sería algo que me llenaría a nivel personal. Pero luego están todos esos sentimientos que no logro controlar y que aparecen cada vez que veo algún animal sufriendo: quiero, literalmente, sacarle el dolor, darle una casa, comida, seguridad, que sea feliz. Todo lo que un voluntario quiere darles, pero que yo necesito ofrecerles. A todos los animales. Cosa que es imposible, claro y que me lleva a una profunda crisis de autoestima ("¿qué clase de persona da la espalda a un animal indefenso que busca ayuda?"), pero en el día a día de las protectoras, hay que hacer esos sacrificios, ayudar a algunos y dejar a otros, porque los medios (humanos, técnicos, económicos) no llegan. Y yo sufro indescriptiblemente cada vez que algo así sucede.

Pero cuando estoy en una situación emocional más o menos buena, siempre intento echarles una mano, en plan agente libre más que voluntario. Por ejemplo estos últimos días he estado buscando a un gatito que se perdió por mi barrio, tan sólo para encontrarme una pequeña colonia de tres gatos (enfermos, malnutridos, maullando constantemente a cualquier humanos que se acerque como pidiendo ayuda). Se to transmití a la protectora, pero me dijeron que no se pueden hacer cargo: sólo tienen instalaciones para perros y los gatos que acogen son llevados a familias de voluntarios. Y están todas llenas. Así que no pueden hacer nada.

Y así he llegado al día de hoy: después de tres días buscando al gato extraviado, saliendo de casa pensando que lo encontraré, volviendo a ella sin el gato que iba a "rescatar" y sabiendo la situación de otros tres que tampoco podré salvar. Es descorazonador y realmente me entristece. Y sé que esta forma de ser tan poco práctica y razonable está en mi ADN, así soy yo, para bien o para mal, y las crueldades de esta vida tendré que verlas pasar por mi lado sin poder hacer nada. Y duele.

Por eso estoy un poco triste, un poco cansada. Hora de no cargar sobre mis hombros más responsabilidades, aceptar que lo único que puedo hacer es alimentar a esa colonia y seguir echando un ojo por la zona buscando al gato perdido. Y despegarme emocionalmente del resto, de todo eso tan horrible que pasa constantemente en cualquier parte y que no puedo arreglar por mucho que lo desee.

Este lunes comienzo a estudiar alemán, para la convocatoria de septiembre. He quedado con una compañera de mi curso de francés para tomar algo. Empiezo a seguir una serie de vídeos para ponerme en forma (gradual y suavemente, porque estoy muy oxidada). Tengo tres libros nuevos más dos que me dejó Susana para leer este mes. 

Y, ¡ah, sí!, el 16 de este mes viene mi hermano de vacaciones... creo que no os conté cómo transcurrieron las vacaciones del año pasado... resumiendo: fueron horribles, el peor mes de agosto que recuerdo (un día con más ánimo os lo cuento). Así que prepararemos las defensas, a ver como va este año. Yo intenté convencer a mi hermano de venir sólo 15 días (porque hasta mi madre puede comportarse como una persona normal durante quince días) y creo que al final viene casi un mes... yo encantada de verle y estar con él, claro, pero no quiero una repetición del año pasado.

domingo, 28 de julio de 2013

Lo que no he contado

Hace unos meses que os miento por omisión. Todo comenzó con las dos entradas que relataban un "típico" fin de semana. Fui escribiéndolas según pasaban las cosas, pormenorizadamente, y me di cuenta de que eso era algo que no conseguía hacer en mis visitas a la psicóloga: contar paso a paso el desarrollo de los acontecimientos hasta llegar a una situación concreta. Así que me lié la manta a la cabeza y le di a mi psicóloga (¡hola Isabel! -sí tú también tienes pseudónimo-) la dirección del blog.


Hasta ahí, sin problema. Era una forma de contarle mejor las cosas, no se trataba de descubrirle nada que ella no supiera. El problema surgió después y, como no podía ser menos tratándose de mí, me lo busqué yo solita.



Isabel me había comentado que tenía un paciente, un chico joven al que llamaremos Jandro, que lo estaba pasando muy mal y se encontraba muy solo. En este punto de la narración, permitidme un inciso: si queréis tocarme la fibra sensible existen dos temas, uno es el maltrato animal y el otro sufrir una depresión (o similar, no voy a dar detalles sobre su diagnóstico). Literalmente pierdo todo tipo de instinto de supervivencia o sentido común y hago (o intento hacer) todo lo posible, y más. Y no importa el resultado, siempre me parece que no he hecho lo suficiente, no he dado todo lo que debía, que he fallado por no prevenirlo, en fin, que el resultado siempre es la frustración, pero ahí sigo.



Así las cosas, me ofrecí a hablar con él, le dije a mi psicóloga que le diera mi mail, mi Facebook y (ahora viene lo más peliagudo), la dirección de este blog.



Pasó como mes y medio y no sabía nada de Jandro, así que me puse yo en contacto con él por Facebook. Al parecer él era muy tímido para comenzar una conversación, aunque fuese por un método tan poco personal como el chatear, y eso se convirtió en una de las bases de nuestras conversaciones: podía llevar conectada media hora y él también, pero si no comenzaba yo la conversación, no chateábamos. No era un problema, mi intención era echarle una mano, ofrecerle un poco de apoyo y, sobre todo, que se diese cuenta de que no estaba solo.



Las primeras conversaciones transcurrieron más o menos como me las esperaba: él estaba muy hundido y yo intentaba hacerle ver que lo que sentía y pensaba en esos momentos era fruto de su estado anímico, que no era realmente consciente de cómo eran las cosas en realidad. Le animé a salir, aunque fuera a dar un paseo, a no perder el contacto con los amigos que le quedaban, a intentar conseguir algunos nuevos,... En otras palabras me encontré diciéndole a él lo que tantas veces me habían dicho a mí (sí, Isabel, sí, tenías razón, como siempre). Jandro tenía un horario casi nocturno y comenzábamos a hablar a eso de las nueve o diez de la noche, y yo no desconectaba hasta que me parecía que él estaba más animado o me daban las tantas (una de la mañana, por ejemplo). Y eso en épocas de exámenes. Me resultaba un poco duro, porque en seguida me quedé sin argumentos (no soy ninguna especialista, puedo dar mi opinión o mi punto de vista sobre algo, pero nada más). Sin embargo la satisfacción de estar ayudando, por poco que fuera, me recompensaba. Comencé a cogerle algo de cariño, como si fuera uno de mis primos pequeños. Me preocupaba por él.



El primer problema surgió pasada la primera semana de chatear diariamente. Me estaba contando algo sobre su personalidad y yo no compartía su punto de vista. Para refutárselo me puse yo y otra persona cercana a mí como ejemplos. Y entonces él me contestó usando información privada sobre esa persona que le había mencionado. Información que, desde luego, sacó de Facebook (ya que está agregado como amigo a mi cuenta), pero que no era directa. En otras palabras, información que sacó de cotillear, no ya mi muro, sino la página de esa persona a fondo. Quería enterarse de quién y cómo era (no puedo daros más detalles, tan sólo que a mí me quedó muy claro que había sido un trabajo de investigación en toda regla, no una casualidad). Y ahí tuve que plantearme lo que estaba haciendo.



Porque una cosa que nunca he soportado es que indaguen sobre mi vida. Yo ofrezco determinada información para comenzar y, si la relación (del tipo que sea) va progresando, me voy abriendo más sobre mí. Pero tardo mucho, mucho tiempo en hablar sobre mis amigos o mi familia a esa nueva persona. Y si esos límites no se respetan, la relación por mi parte se rompe. De buenas maneras al principio, secamente si tengo que dar un segundo aviso y por las malas si aún así no lo entienden.



Me cabreé: con él también, pero sobre todo conmigo misma. ¿Cómo podía haber sido tan confiada, tan naïve, para facilitar toda esa información sobre mí misma a un virtual desconocido? Y, por ende, la de otras personas ligadas a mí. Esa noche no conseguí dormir, así que me dediqué a abrir una segunda cuenta en Facebook (con un alias, claro) y pasar allí a las personas más cercanas, aquellas que solían compartir información más privada conmigo. Después cambié mi mail y se lo di a todos mis contactos. Pero me quedaba Normaland.



Este sitio que jamás debió salir del más absoluto anonimato y que yo había ofrecido en bandeja de plata. Supongo que much@s estaréis pensando que soy una exagerada y quizás tengáis razón. Lo único que puedo decir es que he sido así desde muy pequeña, no lo soporto, es un comportamiento que me irrita profundamente y ante el que saco las garras. Metafórica y literalmente.



Dejé el blog como estaba, tenía exámenes y no pensaba escribir hasta que los hubiese pasado, pero me planteé privatizarlo. A algunas (con las que pude ponerme en contacto privadamente, os di un blog alternativo).



Después de ese incidente seguimos chateando, aunque yo procuraba darme algún día de respiro, algo así como chatear dos días seguidos y descansar uno. El estado de ánimo de Jandro no mejoraba, por mucho que yo intentaba hablarle de tonterías, programas de la tele, noticias curiosas, opciones para conocer gente, libros, películas, yo qué sé... podía estar estudiando y ocurrírseme una actividad que sugerirle, la apuntaba y por la noche intentaba animarle a llevarla a cabo. Pero mis esfuerzos eran inútiles. No sólo porque él estuviera tan mal como para considerar todo lo que le decía como imposible, sino porque ni siquiera me escuchaba.



Ahora bien, dejadme explicaros algo: yo he tenido (tengo) depresión y sé que el que te escuchen, el que te digan "te entiendo, creo que lo que me estás contando de verdad es así de duro para ti" es agua de mayo. Para mí el escuchar y el comprender (en la medida de lo posible) son grandes bálsamos para el alma. Además también es cierto que la depresión te vuelve egocéntrico: te sientes tan mal que no ves lo mal que lo puede estar pasando la gente a tu alrededor y, cuando finalmente lo ves, la culpabilidad que se siente te genera aún más dolor y sufrimiento, con lo que entras en un círculo vicioso.



Por todo esto no le di mucha importancia al principio cuando él tan sólo se mostraba algo reactivo al hablar de lo mal que lo pasaba. Me parecía normal, se desahogaba con alguien que podía entenderle. Pero más adelante me di cuenta de que su comportamiento iba más allá: se negaba a hablar de lo que no le interesaba y lo único que le interesaba era él, de tal manera que manipulaba las conversaciones para volver a ligeras variantes sobre el mismo tema: lo estoy pasando muy mal; no quiero hacer nada, aunque todo el mundo me diga que ésa es la forma de salir del pozo, no lo haré; no me importa ponerme peor, no me interesa mejorar; odio a la gente que me rodea, porque me dejan o porque no me creen, o porque no me tratan bien,... todo eso es perfectamente normal en una enfermedad de este tipo, pero lo que a mí me molestaba (y cada vez más) era su petulancia, su manifiesto egoísmo, como una egolatría vuelta contra sí mismo ( en lugar de querer parecer el mejor, parecías desear ser el más enfermo y el más incomprendido, como si eso fuera su auténtica meta y los demás sólo estuviéramos ahí como meros espectadores).



Llegó un momento en que procuraba hablar con él más o menos todos los días, pero poco tiempo cada día (30 ó 40 minutos), porque de lo único de lo que aceptaba hablar era de él y cada vez de forma más exaltada . Comenzó a decir auténticas tonterías y barbaridades, pero eso no era lo peor, lo peor era que yo tenía la convicción de que me estaba probando, tentando el camino, intentando impactarme con lo que me decía. En una palabra, intentaba manipularme. Pobremente, pero la intención estaba ahí.



Y además, yo le importaba una mierda más allá de ser una oyente voluntaria. Como ya os conté en la entrada anterior, tuve problemas de estómago dos veces durante el mes de junio. La primera vez me "tumbó" casi una semana y no pude chatear con él durante 5 días. Y, cuando me puse algo mejor, le mandé un mensaje (que por supuesto él ni se molestó en responder) diciéndole lo que me pasaba y que no podría chatear con él en unos días. Cuando volvimos a hablar por Facebook, no me preguntó ni como estaba, tan sólo se quejó de que estaba aburrido. Y lo mismo la segunda vez que me puse enferma.



Así que me encontraba intentando ayudar a una persona manipuladora, egocéntrica, egoísta, condescendiente y cotilla. No quería abandonarle, porque me sentía obligada a hacer algo por él, a estar ahí (al fin y al cabo sí está enfermo); por otra parte reunía todos los ingredientes para sacarme de quicio. Aguanté por el método de  separarme emocionalmente de él y recordándome casi a diario que no quería comportarme como alguien cercano a mí que, en su día, se ofreció a escucharme y ayudarme, pero cuando vio que la cosa no se solucionaba en un par de meses, me soltó como si fuera una patata caliente y apenas hemos vuelto a vernos o a hablar desde entonces.



En pocas palabras, me había comprometido a estar ahí y ahí estaba, aunque fuese a contragusto.



A mediados de este mes comenzó a quedar con una chica. Yo estaba encantada, era positivo para él y, ¡qué leches!, para mí. El 15 de este mes me puse a chatear con él, pero la sensación de sacarle las palabras con sacacorchos (que era algo habitual) se volvió aún más difícil. Me dijo que no le apetecía hablar, le dije que no había problema y lo dejamos hasta el día siguiente. Durante dos semanas estuve conectada varias veces al día, le mandé mensajes preguntándole qué tal, incluso estuvimos conectados los dos al mismo tiempo y ni siquiera así se puso en contacto. Yo, tonta que soy, llegué a preocuparme, tan sólo para enterarme luego de que estaba muy ocupado saliendo a todas hora con esa chica.



Y a mí qué me dieran. Ya no era necesaria. Así que puerta. Como un objeto que se aparta a una esquina hasta que se vuelva a necesitar.



Tardé unos días en decidir qué hacer o qué no hacer, seguí conectada por si se decidía a dar señales de vida, pero nada. Así que lo borré del Facebook y volví a traer a mi página "oficial" a aquellas personas que había protegido bajo el pseudónimo. Como no quiero que vuelva a cotillearles, también lo he bloqueado de mi página y mis amigos de las suyas.



Y entonces volví a sentirme culpable, culpable de no darle una explicación antes de que se encontrase con los cambios en Facebook. Y le mandé un SMS (mi móvil es antediluviano, no tiene What'sUp), diciéndole que me alegraba de que las cosas hubieran mejorado (que es verdad), que me hubiera gustado que me dijera que no se ponía en contacto conmigo por esa razón y no porque estuviese peor, porque me había preocupado (cosa también cierta) y que le deseaba lo mejor para el futuro (cierto también). Y que adiós.



Decidme, por favor, si alguien os manda ese mensaje: ¿no entendéis que es una despedida?



Pues él desde luego no, porque a este sí me respondió, diciéndome que tampoco es que estuviese muy bien, aunque ahora salga a todas horas con la chica que os conté y que cuando le apeteciera hablar que ya chatearíamos por Facebook.



Pues va a ser que no.



Y esa contestación solucionó, estoy segura que sin querer, la dudas que tenía sobre qué hacer con Normaland. Y esta entrada es lo que voy a hacer y a seguir haciendo: absolutamente nada. No voy a privatizarlo, no voy a crear otro blog. Normaland se queda donde y como está.



Porque es aquí donde yo decido qué  contar sobre mi vida y mis impresiones y él formó parte de ellas durante este tiempo. Y si quiere leerlo, que lo haga y si no le gusta, que no lo lea.



Y tan sólo por si se da la primera posibilidad, dejadme poner las cosas claras: la gente no te abandona, Jandro, tú no la valoras mientras la tienes a tu lado, la tratas con indiferencia y egoísmo. La gente se cansa y es entonces cuando siguen con sus vidas y tú te quedas atrás. Eso es lo que me ha pasado a mí contigo, desde luego. Sé que estar enfermo causa muchas veces perder el contacto con la gente, perder amigos. Pero en tu caso es algo más: es tu comportamiento pasivo-agresivo.



Espero que las cosas te vayan bien, de verdad. Ojalá, ya que no he podido ayudarte, no te haya hecho daño. Y sí, soy muy consciente de que esta entrada te tiene que molestar, pero es mi verdad, es lo que yo he visto y vivido, y lo que he sacado en claro de toda esta experiencia, que está acabada y finiquitada.



Y, repito, esto es Normaland. Es mi espacio. Y lo va a seguir siendo.

jueves, 25 de julio de 2013

De luto

Mi pequeña ciudad era el destino final del tren descarrilado. 
Nada más que añadir.
Descansen en paz, si tal cosa es posible.


viernes, 12 de julio de 2013

Tranquilidad

Muchas cosas han pasado desde mi última entrada y, como en cualquier día a día, ninguna realmente importante.

Me dediqué a estudiar para los exámenes: me centré sobre todo en francés, ya que me presentaba a dos niveles distintos. Y justo los días en que tenía los exámenes me puse enferma: conseguí aguantar la tanda de exámenes de la mañana (los de alemán), pero por la tarde ya no pude ir a los de francés. Y como eran convocatoria única no hay opción de recuperar en septiembre. Setenta euros malgastados en matrícula. Como si les hubiera prendido fuego a los billetes, igual.

Pero nadie puede controlar un dolor de estómago, así que intento no darle más importancia.

Al final, aprobé el curso presencial de francés y sólo suspendí dos de los cuatro exámenes de alemán, lo que dado la situación en la que los hice (unas punzadas en el estómago que me hacían rechinar los dientes) supongo que no es tan mal resultado. De todas formas, casi me alegro: al menos me obligará a ponerme cierta estructura de horarios para estudiar, cosa que voy a necesitar porque la idea es que el año próximo haré el curso intensivo de nivel intermedio (dos cursos en uno). Vamos, que tengo que clavar los codos.

Desde que acabé los exámenes mi vida ha consistido en leer, sin discriminar entre géneros, autores , libros buenos o malos. Leer, leer, leer, como en los viejos (y buenos) tiempos.

Sigo en contacto con gente, intento quedar a menudo: a veces me sigue costando horrores, pero ahora la mayoría de las veces me niego a pensar en que voy a tener que salir y hablar, pongo la mente en blanco hasta que estoy con la gente y la mayoría de las veces salgo bastante contenta. 

Mi madre está en un período de calma, no sé si porque no es temporada de huracanes o porque estoy en el ojo de uno, pero quien nos vea estos días por casa casi podría confundirnos con con una familia que se lleva bien.

¿Y yo? Yo voy viviendo el día a día, intentando no cabrear al karma, disfrutar de mis pequeños placeres y no pensar mucho, ni en el futuro ni en el pasado. De momento parece que funciona.

Siento no haber estado antes en el blog, pero como os habréis dado cuenta al leer la entrada, tampoco encontraba mucho qué contar. Como dijo Tolstoy:"las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera".

lunes, 13 de mayo de 2013

Un fin de semana cualquiera (segunda parte)

El domingo comienza de manera parecida al día anterior: oigo la puerta cerrarse. Miro el despertador y veo que solo son las ocho y media.

No pasan ni diez minutos hasta que mis gatos comienzan a maullar. Me levanto, voy a la cocina: no tienen comida. De nuevo. Los dejo comiendo y doy una vuelta por la casa: la habitación de mi madre está hecha y la ventana abierta. La de mi padre sigue con la puerta cerrada, así que no sé si está o no. Me decido a hacer una cafetera pequeña en lugar de la familiar.

Nada más comenzar a desayunar, aparece mi padre, recién levantado. Me pregunta dónde está mi madre. Yo le respondo que ni idea, que me desperté al cerrarse la puerta. Desayunamos. Me habla de fútbol, de gente a la que no conozco, de noticias de la tele y del periódico.

Con mi padre no hay que esforzarse mucho: con dejarle hablar es suficiente. De vez en cuando asiento y ya está.

Nos ponemos a recoger la mesa. Al final la tentación puede conmigo y le pregunto qué le pasa a mamá. Me dice que nada. 

Pues vale.

Limpio la habitación, ordeno. Mi padre, en ausencia de mi madre (y por tanto sin órdenes directas que seguir), decide pasar el aspirador. Yo debería limpiar el baño, pero paso. En lugar de eso, cambio las sábanas de mi cama. La lavadora está vacía, así que aprovecho y las meto. Pongo el detergente, el suavizante. Se me ocurre usar el mismo lavado para el pìjama, así que voy ami habitación, me pongo un chándal y vuelvo a meter el pijama en la lavadora. La lavadora ya está funcionando, pero mis sábanas no están dentro. Están tiradas en el suelo.
Mi madre aparece y, siempre evitando mirarme, dice "ropa de color".

Inspiro, expiro. Este tipo de cosas me las hace tan a menudo que no pueden afectarme ya. Lo repito en mi cabeza como un mantra mientras pongo mis cosas en el cesto de la ropa sucia.

Ya las lavaré más tarde.

A las dos mi madre  anuncia que la comida está lista. Dejadme hacer un inciso aquí, porque siempre me ha llamado mucho la atención el modo en que lo hace: no nos invita, no se va pasando el recado, no llega una hora en concreto en la que vayamos a la cocina: la puerta se abre, mi madre saca la cabeza y con el timbre de voz que se usaría para llamar a un perro desobediente grita:"¡A comer!". Una de las pocas ilusiones que todavía me quedan es que en algún momento alguien le regale un triángulo o un bongo para anunciar el almuerzo. Eso pagaría por verlo.

La comida se hace cada vez más incómoda. Yo, aún en el mejor de los casos, no como mucho y lo hago bastante rápido. Mi padre se eterniza, así que allí estamos los tres, yo mirando por la ventana, mi madre mirando por encima de mi hombro, mi padre inflándose a comer como si no pasara nada.

Me cabreo. Supongo que ya era hora, pero yo no suelo cabrearme, no de verdad. Me enfado, me disgusto, pero lo que surge ahora en mí es una furia tan grande que si la desato rompo los platos contra la cabeza de alguien.

Al final la tortura se acaba y nos podemos levantar de la mesa. Voy a mi habitación, me tomo un Trankimazín. Mi ira se intensifica porque detesto que el comportamiento de nadie me obligue a tomar una pastillita. Es humillante, es asqueroso.

Mi madre vuelve a marcharse. Voy al salón y le digo a mi padre que no mi importa qué le pasa, que o habla con ella para que se comporte o que cojo la puerta y me largo. Que estoy hasta las narices. Mi padre me dice "no es para tomárselo así...", que es lo que siempre dice.
Me vuelvo a mi habitación. Por el pasillo ya oigo como se abre la puerta del mueble-bar. 

Ahora he llevado a mi padre a refugiarse en el alcohol. Genial.

Al final dedico la tarde a nada de provecho. Un domingo más perdido.

Llega la hora mágica, las once y media de la noche, en la que me está permitido irme a la cama, dormir y olvidar que esta tortura de existencia es lo único que tengo.

Así acaba el domingo, 12 de mayo de 2013.

domingo, 12 de mayo de 2013

Un fin de semana cualquiera (primera parte)

El sábado me despierto a las tres y media de la mañana: el Trankimazín Retard no ha funcionado sus doce horas. Otra vez. Y no me quedan pastillas del Trankimazín normal, el que funciona al momento. Así que doy vueltas en cama hasta las cinco, en que me vuelvo a quedar dormida.

Mis padres hablando en el pasillo me despiertan. No sé que hora será, pero no tengo la sensación de que haya pasado mucho tiempo. Oigo que mi puerta se abre y siento como uno de mis gatos se mete debajo de las mantas conmigo. Vuelvo a quedarme dormida.

A las nueve, suena el despertador. No puedo creer que tenga otra día por delante. Lo apago. 

Pero la Alice de ayer por la noche me conoce muy bien, así que ha recurrido al truco que nunca falla: a las nueve y cuarto el ruido más espantoso del mundo comienza a sonar, cada vez con más fuerza. Es algo así como el rascar sobre un encerado mezclado con el sonar de un viejo despertador, y proviene de lo más alto de la estantería opuesta a mi cama.

Sí, eso es lo que hago para salir por las mañanas de la cama: primero me doy la oportunidad de levantarme por las buenas (que nunca funciona, pero en fin), luego coloco el móvil en lo más alto de la estantería con un sonido espantoso que se repite indefinidamente cada dos minutos. Así que para pararlo no sólo tengo que levantarme, sino coger una silla, moverla hasta la estantería, coger el móvil y apagarlo. 

Si después de eso me vuelvo a la cama, ya doy el día por perdido.

Así que me levanto a las nueve y cuarto, voy a la cocina y ya me doy cuenta de que estoy sola. La cama de mi madre está hecha, la de matrimonio (donde duerme mi padre), también. Las persianas están levantadas, las ventanas algo abiertas para ventilar la casa. Y mis gatos no tienen ni una pizca de comida.

Así que les lleno el comedero, preparo el café, enciendo el ordenador y miro el mail mientras intento recordar qué les oí decir cuando me desperté con sus voces. Algo de coger una chaqueta, poco más. 

Resumiendo, no sé dónde están, cuándo van a volver, nada. Recojo la mesa del desayuno, lavo todo el "menaje" de mis gatos (el bebedero, los comederos, y esas cosas), hago la cama y me pongo a estudiar francés. Justo el día antes me lié la manta a la cabeza y me matriculé para hacer el examen del nivel intermedio por libre. Tengo un mes para estudiar como una cabrona o perder los 70 euros de matrícula que me he gastado en una sola oportunidad de aprobar (han sacado la convocatoria de septiembre para el alumnado libre).

Dan la una y media y sigo sin saber nada de mis padres. Pienso en ir haciendo algo para comer, al menos para mí. Revuelvo en la nevera y me "salvan" (soy un desastre en la cocina) los restos de comida de ayer: albóndigas. Abro una lata de espárragos para acompañar, pero me doy cuenta de que no tengo pan. Yo estoy sin un duro y en casa no hay ni cuarenta céntimos para una mini-baguette. Subo al desván y encuentro un paquete de pan precocinado en el congelador. Como. Recojo. No sé si poner o no el lavaplatos. Lo dejo sin poner de momento, por si todavía llegan mis padres para comer en casa.

Llegan a las tres, con su propia comida. Dicen hola y se van a la cocina. Poco después oigo el lavavajillas funcionando, que me da la pista de que ya han comido. Mi madre viene a mi habitación a decirme que han traído una tarta para el postre.

MI MADRE VIENE A PREGUNTARME SI QUIERO TARTA.

Le digo que no me apetece, que la probaré por la tarde. Me dice que está cansada y se va a dormir la siesta. Le digo que vale.

Yo también duermo un poco, cosa de media hora. Después les dejo la cama a mis gatos y vuelvo a estudiar.

A eso de las seis y media hago un descanso y voy al salón. Mi padre está viendo la tele. Le pregunto qué a donde han ido, me responde que a casa de mi tía-abuela, a ayudarle con el jardín y la huerta. Le pregunto a qué hora se fueron, sobre las siete y media de la mañana, me dice. La conversación no parece dar para más, así que le pregunto si mi tía estaba bien, me responde que sí y me pregunta que qué hago. Estudiar francés. Ah, muy bien, por cierto, hay tarta. Le digo que ya lo sé, pero que no me apetece.  Y esa es mi conversación del día.

Miro el capítulo de The Big Bang Theory de esta semana, entro en un par de blogs. Miro el mail de nuevo y me encuentro con un mensaje de mi hermano. Está haciendo obras en su casa, tirando un tabique y uniendo dos habitaciones para poder hacerse un vestidor. Todo esto, claro, sin decirles una palabra a mis padres. Me pregunta si le puedo dejar dinero. Le tengo que decir que estoy sin un duro, pero luego me doy cuenta de que tengo un par de pedidos de Amazon (libros, mayoritariamente) que puedo cancelar. Los cancelo, resto el dinero del  pienso de los gatos, pospongo las vacunas (que llevan pospuestas desde febrero, un mes más arriba o abajo, qué más da ya todo), y le digo que le puedo prestar unos doscientos euros.

Juego con mis gatos, tomo mi medicación. No tengo ganas de comer, pero tampoco puedo tomarme las pastillas con el estómago vacío, así que cojo un yogur, me lo llevo a la habitación y lo comparto con mis gatos. 

A las once y media meto a los mininos en la terraza para pasar la noche. Mi madre tiene la puerta cerrada, supongo que ya se habrá ido a dormir. Mi padre sigue en el salón, viendo la tele. Cierro la puerta para mitigar el ruido. No se da ni cuenta. 

Me voy a la cama. Como forma de preparar el examen  he decidido leer todo lo que pueda en francés durante este mes. Leo un capítulo y medio y apago la luz.

Fin del sábado, 11 de mayo de 2013.


viernes, 10 de mayo de 2013

Violetas

Es posible que no exista tema que haya dado más citas célebres y proverbios populares que el amor.

Quizás el desamor, que no deja de ser el amor en negativo.

Yo me sé unas cuantas: "el amor es como los espíritus, todos hablan de ellos, pero pocos los han visto"; "ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama"; "una vida sin haber amado es una vida sin haber vivido";"al primer amor se le quiere más, al resto  se los quiere mejor",

"EL AMOR TE HARÁ LIBRE".

Esta última es de las que más resuenan en mi cabeza. No tanto porque crea que sea cierta, sino porque vivo en mis carnes todos los días la veracidad de su contrario: "el que no te amen esclaviza".

Duermo bajo su mismo techo, como a su misma mesa, limpio su suciedad como a veces ellos limpian la mía... y no compartimos ni un solo pensamiento ni un solo sentimiento. Tan solo este existir, la rutina de las pequeñas cosas de todos los días, esas insignificantes acciones que no tienen importancia para nadie hasta que eres incapaz de realizarlas (hacer la compra, pagar las facturas, limpiar los baños,...) Todo eso en lo que se basa la vida del día a día, aquello con lo que llenamos nuestras horas de vigilia, todo eso que no tiene sentido hacer cuando lo compartes con quien no te ama, con quien ni te desprecia tan siquiera porque has perdido la importancia necesaria para generar rechazo.
Nadie odia una puerta o una lámpara o un sillón: están ahí y son más o menos útiles. Y eso es todo lo que son.

Pues ese desamor engancha. Al principio porque crees que lograrás cambiar la situación: serás más guapa, más lista, vestirás mejor, serás siempre amable con la gente... Luego te rebelas, quizás incluso pensando que ya no te importa, que te "buscarás" a ti misma y dejarás de ser lo que los demás esperan de ti. Con el tiempo me he dado cuenta de que lo único que cambia es la perspectiva: en lugar de ser para gustar, te pasas al ser para desgradar, para llevar la contraria, para que se fijen: PARA QUE SE DEN CUENTA DE QUE ESTÁS AHÍ Y TE DUELE.

Después viene el sentimiento más lógico de todos: la tristeza. Quieres y no te quieren. O peor: te quieren porque no pueden evitarlo, porque un imperativo biológico o una concepción social está tan introducida en su ADN que no pueden no quererte. Pero no les gustas. Con el tiempo, hasta te desprecian. Quizás incluso surja el odio, aunque sea en lo más profundo de su subconsciente.

Y tú estás ahí. ¿Por qué no te mueves, por qué no escapas? 
Porque, pasado el tiempo suficiente, ya no puedes. No buscas que te quieran otras personas, en otro lugar, en algún tipo de futuro. Porque no te lo mereces. Porque si quien ha tenido todas las posibilidades de conocerte y amarte te rechaza tienes la seguridad de que todos lo harán.

Pero lo peor aún está por descubrir. El hecho de que, si por algún milagro o accidente de la vida alguien te ama...¿qué se hace?, ¿cómo quiere una a alguien?, ¿cómo se confía, cómo puedes llegar a creer en ese afecto? 

¿Cómo se devuelve amor por amor?

No lo sé. La mera posibilidad de tener que enfrentarme a la situación me aterra. 

Cuando te acostumbras al vacío, la plenitud es un castigo.


lunes, 29 de abril de 2013

Orquídeas

"(...) Eso es el amor: estar contento con la existencia del otro, simplemente. No esperar nada de él".

Creo firmemente en esta cita de Jodorowski. Es más, yo no soy capaz de querer de otra forma que no sea así, a fondo perdido, como diría Bibiana Fernández.

Por lo que no puedo evitar preguntarme:¿qué dice de mí el que nadie me quiera así?

Mis padres me quieren muy a su pesar. Soy una gran decepción para ellos, tal vez incluso peor de lo que lo es mi hermano, porque después de tacharlo a él de la lista, sus esperanzas en mí se duplicaron. Y doblemente se han venido abajo.

Mi hermano, por el contrario, es de esas personas a las que ciega (y atonta) la pasión. Siempre quiso una hermana pequeña y llegué yo. Suena muy mal, pero lo cierto es que me quiere tanto que me ha puesto en una especie de pedestal, me supone una enorme cantidad de cualidades que no tengo a la vez que se niega a admitir defectos obvios. He llegado a la triste conclusión de quiere quererme tanto, que se niega a conocerme. Eso hace que me sienta muy sola.

Y no hay nadie más. Mi amiga M, me quiere porque nos conocemos desde siempre, me mira y ve su infancia, su adolescencia, su boda, el nacimiento de sus hijas...igualmente veo yo en ella mi primera casa, mis sueños, el tenis, las tardes de verano comiendo chucherías, los primeros cotilleos sobre chicos...
El ahora no importa entre nosotras: cada una es para la otra un álbum de fotos que recuerda tiempos, sino mejores, sí más abiertos a las posibilidades y a la esperanza.

"La esperanza, la semilla de la que brota la miseria eterna..."

Están mis gatos, que en mí es lo más parecido a tener hijos que jamás experimentaré: los colmo de ese amor que nadie quiere, que o bien se rechaza o es calificado insuficiente, valdío, superfluo.

Ésta es la existencia en la que ha acabado desembocando todo.

¡Qué raro! Cómo una niña tan normal, una adolescente tan tranquila, una joven con tantas posibilidades se convierte en esto que arrastro ahora por el mundo. No sé cómo o cuándo pasó, qué línea crucé o llegué a hallar para convertirme en esto. Pero supongo que ahora ya da igual.




miércoles, 24 de abril de 2013

Hoy me apetece...

... exorcizar a mi madre. Lleva años necesitándolo, pero hoy lo necesito más yo.

martes, 23 de abril de 2013

Gente

¿Por qué la gente se mete en la vida de los demás?

¿Por qué se creen con derecho a decirte qué debes hacer para resolver los problemas de tu vida? ¿Es que acaso no se dan cuenta de que en su vida tienen problemas propios de los que encargarse?¿No se dan cuenta de que, igual que ellos me solucionan la vida a mí en dos patadas, yo les puedo hacer lo mismo a ellos?

¿Les gustaría?

Porque como sigan tocándome las narices como hoy me las han tocado, no les queda mucho para averiguarlo.

Estoy que muerdo.

Puta gente.

viernes, 19 de abril de 2013

A partir de mañana

Estoy deseando que llegue mañana.

¿Sabéis por qué?

Porque a partir de mañana saldré de mi casa y me meteré en otro piso a limpiar la mierda que han dejado 3 tíos durante 9 meses de alquiler.

Y me apetece.

Me apetece porque no tendré que tratar con nadie, podré ponerme los cascos y escuchar algún audiolibro mientras hago algo físico. ¡Dios, lo que me apetece moverme! Pero no lo hago, me paso el día metida en mi habitación leyendo, viendo series, cotilleándoos los blogs, todo con el culo sentado en la cama. O durmiendo, que es lo único que realmente me apetece, aunque sea para tener pesadillas. Al menos en mis sueños me pasa algo, me despierto y tengo la sensación de que he vivido cosas.

Pues eso, que a partir de mañana me moveré. Saldré de casa y haré algo.

En esta situación, ese es mi único deseo, y el único que creo que puede cumplirse.

martes, 16 de abril de 2013

La vida inexistente

Ha pasado más de un mes desde mi última entrada y ya aviso a navegantes que esa es la única razón por la que estoy escribiendo. Porque mi vida durante este mes no daría ni para un SMS.

Voy a clase más o menos un 50% del tiempo. Generalmente comienzo la semana cumpliendo el miércoles o el jueves correspondiente me derrumbo, me tumbo en la cama y me dedico al muy denostado arte de convertir el oxígeno en dióxido de carbono... hasta el lunes siguiente en que lo vuelvo a intentar.

Y eso con respecto a las clases, porque en cuanto a relacionarme con la gente, eso es una causa perdida. Cuanto más lo intento, antes me derrumbo. Al final, tras muchas excusas, algunas verdades y muchos, demasiados plantones a la gente de mi alrededor, he decidido ser realista y contarles, al menos, parte de la verdad.

Así que ahora la gente con tan mal gusto como para acercárseme ya sabe a lo que se expone: les he contado que no me encuentro bien (pero no que ese es mi estado habitual), que voy al médico (que no al psiquiatra) y que tomo medicación contra la ansiedad (pero no antidepresivos, ¡Dios sabrá porqué!). Que últimamente (léase toda mi vida) tengo problemas  a la hora de relacionarme con la gente y que no esperen mucho más de mí, al menos de momento (probablemente durante un momento muy, muy largo).

Y una vez hecho eso, por lo menos se acabaron las excusas, las medias verdades y las flagrantes mentiras. Quien se quiera quedar, que se agarre los machos. Y quien decida irse, sin rencores. Yo también me iría si pudiera.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Ayer

Ayer, finalmente, fui a consulta con la psicóloga.

Al final, como tantas otras veces, no hablamos de lo que tenía pensado, por una parte, y me recordó que no puedo juzgar mis comportamientos por la pauta "normal" que sigue el resto del mundo. Sí, señoritas, yo soy "especial", pero en el sentido peyorativo. En otras palabras me dijo que aunque debía forzarme a salir de casa, tener actividades y contacto social no podía sobrecargarme, porque entonces me derrumbo.

Nada nuevo bajo el sol.

Pero jode que tengan que recordarte cada dos meses lo anormal, lo deficiente que es una. Y ya sé que estoy tomándome el tema por el lado tremendista y negativo, pero es puñeteramente agotador no ser capaz, no soportar el llevar una vida normal.

¿Cómo se supone que voy a vivir así? ¿Qué trabajo encontraré, qué trabajo seré capaz de mantener con crisis nerviosas cada mes y medio? Y el tema laboral es lo único que puedo ver en mi futuro, con eso os lo digo todo. Ni amigos, ni mucho menos pareja estando así.

Y lo que me fastidia más es la incapacidad para decidir sobre mi vida. No puedo decidir tener a alguien a mi lado, porque esta puta depresión aparta a cualquiera que intente acercarse, no puedo comprometerme a nada que no sea para mañana o como mucho pasado porque, ¿quién sabe cómo estaré el lunes?

Y ahora me siento culpable. Porque a nadie se le pide su opinión antes de caer enfermo, porque yo estoy mejorando, aunque sea más lento que el caballo del malo y otras muchas personas no lo consiguen.

Pues eso, ahora sí acabo la entrada: cabreada, frustrada y sintiéndome culpable.

No, si es que soy una joya...

sábado, 9 de marzo de 2013

Problemas

Ya sabía yo que el martes, cuando no pude levantarme de la cama y enfrentar el mundo, la situación iba a traer cola.

Hoy por la mañana, cuando no sólo me encontraba mejor, sino que estaba haciendo planes para la semana próxima, mi madre suelta la bomba de que "hay que hacer algo, no puedes seguir así".

Mis  padres contándome lo mal que estoy y yo pensando: "joder, no tenéis ni idea. Ni idea de lo mal que estoy ahora, ni idea de lo mucho peor que he estado antes". Así que ahí me quedé, llorando como una imbécil.

Al final, más para que se callaran y por darles algo a lo que agarrarse, acepté ir a un nuevo psiquiatra y psicólogo. Como una segunda opinión.

Como no tenía ya los suficientes problemas para enfrentar el día a día, ahora a volver a contar TODA mi triste historia otra vez.


miércoles, 6 de marzo de 2013

Tomándome un respiro

O así estoy intentando pasar estos dos últimos días.

El viernes, ¡finalmente!, me dieron las notas de Francés: un 8,3.

O lo que es lo mismo, me liaron más la cabeza de lo que ya la tenía, muchas gracias por nada. Mi idea era la de intentar hacer dos cursos en uno y pasar en junio el examen de nivel intermedio. Para eso contaba con esta nota: si era alta, pues me decidía a intentarlo, si me veía más justa, me quedaba sólo con los exámenes de mi curso. ¿Y qué respuesta me da ese 8,3? Pues ninguna, porque aunque los exámenes me salieron mucho mejor de lo que la nota indica, la corrección se ha vuelto más exigente, por ejemplo, me han quitado casi 3 puntos en el examen escrito por pasarme de palabras (20 en concreto).

Así que me vine a casa cabreada y desilusionada, todo al mismo tiempo. Y mi forma de sobrellevarlo, como no, ha consistido en escurrir el bulto y no hacer nada en todo el fin de semana.

Y desde el lunes, mi cama vuelve a ser mi refugio. No he ido a clase, no he comido apenas, no he hecho nada. Y las ganas que tengo de que continúe así.

Pero no puede ser, acabaré dejándome arrastrar por las circunstancias y al final no me presentaré a ningún examen o intentaré pasar los mínimos estudiando la noche anterior.

Estoy cansada. Mentalmente. Estos días ni tan siquiera he leído, prefería mirar al techo, que es de un color gris ceniza que resulta perfecto para mi estado anímico.

Con respecto a las notas y a los exámenes de junio, al final supongo que me tiraré a la piscina. O lo intento y   admito la posibilidad del fracaso o no lo intento y ya doy el fracaso por hecho, así que iré a por ello. Lo malo es que una vez pague la matrícula, no me queda otra que aprobar, y con una nota medianamente buena, porque si no... cama y mirar al techo todo el verano.

Últimamente también estoy luchando cada día con las ganas de cortarme. Es esta insatisfacción eterna que llevo conmigo, que ya se ha convertido en una parte más de mí. Cada vez que pienso en lo que debería hacer o en lo que no hago, ahí aparece la imagen del corte. Llevo un año y medio, más o menos, sin autolesionarme, pero lo cierto es que tampoco sentía la  necesidad punzante de estos últimos días. Me digo a mí misma que no, que no soluciona nada, que de hecho el autolesionarme me vuelve todavía más enferma, que es un círculo vicioso, que si caigo ahora en la tentación estaré de nuevo en el punto de partida, que habré perdido todo este tiempo en que no lo he hecho... y me voy convenciendo.

El problema es que tengo ganas todos los días desde hace unas dos semanas y, al final, sólo será cuestión de tiempo el que caiga. Tengo cita con la psicóloga la próxima semana, a lo mejor se lo cuento. Aunque lo que la gente dice sobre la autolesión y nada todo es uno, aunque sean profesionales. Yo a mi psicóloga, por ejemplo, sé que le he dado mucha grima con este asunto (y eso que se lo cuento todo muy editado), al final te dice eso de "no lo hagas" y poco más...

Lo cierto es que no sé qué le voy a contar a la mujer esta vez. Procuro ser veraz, pero el final todo depende del momento en el que me pille: si tengo un buen día, no quiero hablar de mis problemas y si tengo un mal día no quiero ni estar delante de ella, mucho menos hablar... y el tiempo vuela y a veces salgo de la consulta con la sensación de haber perdido el tiempo. No sé, de todas formas mis padres me obligan a ir, así que la consulta no la puedo anular. A lo mejor se lo suelto todo, así, como lo estoy contando en esta entrada, sin pararme a leer lo que escribo ni a pensar si debo o no contarlo.

Bueno, lo dejo, menuda parrafada os he metido. Y mañana toca madrugar e ir a clase, a ver si aguanto otro mes y pico fingiendo que soy casi normal...

lunes, 4 de marzo de 2013

¿Quién no ha querido poder hacer algo así?

La serie se llama "My Mad Fat Diary", y la podéis encontrar íntegra en Youtube.

Esta es la escena que todas desearíamos que se hiciese realidad:


jueves, 28 de febrero de 2013

Ser normal es agotador

Hoy he quedado para tomar un café, acto habitual de la mayoría de la gente, algo que en mi caso casi hizo que mi madre escupiera la sopa cuando se lo dije a mediodía.

Así que salgo de casa por la tarde, expresamente para tomar ese café, cojo el bus, voy al centro y hablo con mi compañera. Nos despedimos, camino de vuelta a casa, ceno, me ducho y me tumbo en el sofá. Agotada. Como si mi día hubiese durado cuarenta y ocho horas.

Es el fingir ser normal, el no hablar de la tristeza, la abulia, la melancolía y las pequeñas decepciones del día a día que debería saber manejar y me superan. Es el no ser capaz ni de leer el periódico porque siempre hay alguna noticia que me lastima como si me ocurriese a mí directamente. Tapar todo eso y fingir una normalidad que no sé muy bien cómo funciona resulta arduo. Y no hay recompensa.

Día sí y día no me voy cansando cada vez más de este juego. Del intentar y del fingir, esperando que en algún momento la mentira se haga realidad. Pero eso no ocurre nunca.

En fin, hay días en los que me llevo algo bueno (un libro, una serie, una película, una canción,...) y luego están el 99% de los días restantes, en los que me voy a dormir cansada, muy cansada, con sensación de vacío y ganas de dejar de intentarlo.

Lo curioso de esta puta depresión es que si lo intentas, mal; pero si no lo intentas, todavía peor.

viernes, 22 de febrero de 2013

Buenas intenciones



 Con los exámenes acabados (y, de momento, aprobados) llega ese período extraño en el que pasas de no tener tiempo para hacer todo lo que debes hacer a mirar al techo y preguntarte qué vas a hacer con toda la tarde por delante.

Así que, por primera vez en (no tengo ni idea de cuántos, pero muchos) años, me he propuesto unas metas y una rutina para conseguirlas: primero, estudiar alemán por un tubo, porque aunque haya aprobado, la sensación de “¿pero qué coño me están preguntando en este ejercicio?” me ha dejado una sensación de apuro de lo más desagradable.

En segundo lugar, estoy pensando en preparar por libre las pruebas de avanzado en inglés y de intermedio 2 (un nivel por encima del que estoy ahora en francés). Lo que significan 4 exámenes de alemán en junio, 8 de francés y otros 4 de inglés. Una exageración, pero siempre me queda la opción de ir a clase en verano (algo tengo que hacer si no surge algún trabajillo) y presentarme a algunos de los exámenes en septiembre.

Mi psicóloga (con la que tengo que ir a consulta la próxima semana), me va a decir que es una exageración, que me voy a agobiar y a estresar y, sobre todo, que ocuparé tanto mi vida estudiando que no tendré vida social alguna. Cosa que, desde luego, prefiero mil veces, pero que da igual lo que yo quiera o no, tengo que tenerla. Por el bien de mi salud mental (la poquita que me queda).

Es un asco. Quedar con alguien para tomar un café es un esfuerzo que concentra todas mis energías. Si, por ejemplo, quedamos un jueves por la tarde, voy a estar toda la semana pendiente del puñetero café, detestando la idea de ir, queriendo anular la cita a todas horas y cobardías por el estilo. Pero no puedo ceder a la tentación, porque la pereza por quedar se convierte en una especie de asco, después en un problema grave y finalmente en una imposibilidad. Así que me voy a “agarrar los machos” y voy a mandarle un mail a una compañera de clase para quedar esta semana. Así podré darle una de cal y otra de arena a mi psicóloga.

Y el tercer, que no último, propósito es adelgazar. Seriamente. Me siento vieja, torpe con estos kilos de más. A veces me veo en los espejos al pasar y no me reconozco: ¿en serio esa bola marrón soy yo? ¿Cuándo me ha pasado esto?

Y debo reconocer que llevo años dejándome ir en todos los aspectos. Verdad es que cuando no consigues levantarte de la cama o lavarte los dientes, la idea de hacer ejercicio es ridícula, pero ahora sí puedo hacerlo, puedo decidir quedarme con estas pintas (o, Dios no lo quiera, empeorar) o intentar mejorar.

Así que esas son mis cuentas de la lechera para estos meses. Se abre libro de apuestas sobre cuántas buenas intenciones dejaré en el camino.

sábado, 2 de febrero de 2013

Feliz Cumpleaños

Otro más que paso en casa, mirando fotos de gatos en internet.

¿Algo más que decir?

miércoles, 16 de enero de 2013

Sola otra vez...


... O quizás no debería poner lo de "otra vez" cuando nunca he dejado de estar sola.
He dejado de sentirme oprimida y al mismo tiempo alejada por (y de) la realidad.
La medicación, las actividades, el volver a tener intereses e incluso metas, todo ello contribuyó a que comenzara a sentirme mejor en mi piel, más cómoda conmigo misma. Pero nada es eterno, todo muta y otras frases hechas por el estilo, vuelvo a no quererme en mi piel, a aburrirme y desanimarme con tan solo pensar en volver (seriamente y no de Pascuas en Ramos) a las clases. Los días se hacen pesados, y cada hora que paso alejada del mundo convierte ese mundo en todavía más insoportable.
Todo esto podría habérmelo ahorrado si tan solo me quisiera un poco.
Pero no puedo, no sé cómo. Soy una de esas personas que "suponen" que correrían si se encontrasen en peligro, siempre y cuando la adrenalina haga su función y no me deje pensar. Porque si tengo esos segundos para sopesar las opciones, si el pánico no me alcanza lo suficientemente rápido, no sé si correría. Pero sí sé que la imagen que me acompaña en mi cabeza cuando lo pienso es la de una esfinge, quieta, serena y con una media sonrisa de satisfacción.

El día a día, sin embargo, me acecha y es la hora crítica de la tarde (sobre las ocho) en que debo empezar a tomar decisiones sobre el mañana. Cuestiones de vida o muerte como: ¿me ducho? ¿me lavo el pelo, o aún puede aguantar un día más? Si las respuestas son positivas paso al siguiente punto: ¿cuánta medicación tomo para dormir? Como mi sueño hace lo que le da la gana, nunca me han dado una pastilla en concreto para descansar las ocho horas diarias, sino que me dejan ir ajustando los ansiolíticos y el Lormetazepan según mi criterio (¡criterio!, ¡cómo si tuviera alguno!). Eso supone elegir una de las siguientes opciones: dejarlo a la suerte (y a la naturaleza), lo que suele suponer no dormir hasta las cuatro o cinco de la mañana y luego ser incapaz de levantarme a tiempo por las mañanas; tomar el ansiolítico solo, lo que significa que... pues depende del día, a veces funciona bien, a veces demasiado bien y a veces en absoluto; o tomar ambas medicaciones, lo que me asegura 12 horas de zombie. Si escojo entre las dos primeras, le estoy dando algún tipo de posibilidad al mañana. Entonces toca la ropa. Que tape, que tape mucho. Y que los colores coordinen. Hasta ahí llego. Aunque al día siguiente sé que corro el grave peligro de mirarme al espejo (¡putos espejos!) y de verme tan fea por fuera como me siento por dentro, dejar los libros y quedarme en la habitación. Hoy, sin ir más lejos, ha tocado uno de esos días.

Para nada patético.

¡Qué va!

Bueno, pues ha llegado la hora. Y lo único que he decidido es que paso que devolverle la llamada a una amiga (sí, alguna aún me queda), porque no voy a poder fingir el "todo va bien" de los últimos tiempos. Y no quiero tener que oir durante media hora las mismas consabidas tonterías bien intencionadas que todo el mundo dice en estas ocasiones.

Paso.

Ya vendrán días mejores (y peores, e iguales).

Os dejo, voy a darle el primer sí al mañana y ducharme.

jueves, 10 de enero de 2013

¿Los Alpes suizos?

Hace unos días, como propósito de Año Nuevo, me inscribí en una página internacional de búsqueda de empleo. Seleccioné casi toda Europa (dejé fuera a Grecia, Portugal e Italia, por razones obvias). Hoy he recibido una posible oferta. En alemán. Y digo posible porque después de leer, releer y traducir el mail, estoy bastante segura de que buscan una camarera de habitación y ayudante de cocina. Que entienda alemán. Supongo que entender una de cada tres palabras y suponer el resto contará para algo. ¡A ver cómo me las apaño para contestar en alemán comprensible para los alemanes! Al menos, es una resolución de Año Nuevo que aún no me ha estallado en las narices. Porque el resto... digamos que mi desesperación por salir de mi casa ha alcanzado tales cimas que los Alpes suizos me parecen una solución factible. Os dejo una foto del sitio, más que nada por si hay que buscar mi cadáver dentro de unos meses...