domingo, 12 de mayo de 2013

Un fin de semana cualquiera (primera parte)

El sábado me despierto a las tres y media de la mañana: el Trankimazín Retard no ha funcionado sus doce horas. Otra vez. Y no me quedan pastillas del Trankimazín normal, el que funciona al momento. Así que doy vueltas en cama hasta las cinco, en que me vuelvo a quedar dormida.

Mis padres hablando en el pasillo me despiertan. No sé que hora será, pero no tengo la sensación de que haya pasado mucho tiempo. Oigo que mi puerta se abre y siento como uno de mis gatos se mete debajo de las mantas conmigo. Vuelvo a quedarme dormida.

A las nueve, suena el despertador. No puedo creer que tenga otra día por delante. Lo apago. 

Pero la Alice de ayer por la noche me conoce muy bien, así que ha recurrido al truco que nunca falla: a las nueve y cuarto el ruido más espantoso del mundo comienza a sonar, cada vez con más fuerza. Es algo así como el rascar sobre un encerado mezclado con el sonar de un viejo despertador, y proviene de lo más alto de la estantería opuesta a mi cama.

Sí, eso es lo que hago para salir por las mañanas de la cama: primero me doy la oportunidad de levantarme por las buenas (que nunca funciona, pero en fin), luego coloco el móvil en lo más alto de la estantería con un sonido espantoso que se repite indefinidamente cada dos minutos. Así que para pararlo no sólo tengo que levantarme, sino coger una silla, moverla hasta la estantería, coger el móvil y apagarlo. 

Si después de eso me vuelvo a la cama, ya doy el día por perdido.

Así que me levanto a las nueve y cuarto, voy a la cocina y ya me doy cuenta de que estoy sola. La cama de mi madre está hecha, la de matrimonio (donde duerme mi padre), también. Las persianas están levantadas, las ventanas algo abiertas para ventilar la casa. Y mis gatos no tienen ni una pizca de comida.

Así que les lleno el comedero, preparo el café, enciendo el ordenador y miro el mail mientras intento recordar qué les oí decir cuando me desperté con sus voces. Algo de coger una chaqueta, poco más. 

Resumiendo, no sé dónde están, cuándo van a volver, nada. Recojo la mesa del desayuno, lavo todo el "menaje" de mis gatos (el bebedero, los comederos, y esas cosas), hago la cama y me pongo a estudiar francés. Justo el día antes me lié la manta a la cabeza y me matriculé para hacer el examen del nivel intermedio por libre. Tengo un mes para estudiar como una cabrona o perder los 70 euros de matrícula que me he gastado en una sola oportunidad de aprobar (han sacado la convocatoria de septiembre para el alumnado libre).

Dan la una y media y sigo sin saber nada de mis padres. Pienso en ir haciendo algo para comer, al menos para mí. Revuelvo en la nevera y me "salvan" (soy un desastre en la cocina) los restos de comida de ayer: albóndigas. Abro una lata de espárragos para acompañar, pero me doy cuenta de que no tengo pan. Yo estoy sin un duro y en casa no hay ni cuarenta céntimos para una mini-baguette. Subo al desván y encuentro un paquete de pan precocinado en el congelador. Como. Recojo. No sé si poner o no el lavaplatos. Lo dejo sin poner de momento, por si todavía llegan mis padres para comer en casa.

Llegan a las tres, con su propia comida. Dicen hola y se van a la cocina. Poco después oigo el lavavajillas funcionando, que me da la pista de que ya han comido. Mi madre viene a mi habitación a decirme que han traído una tarta para el postre.

MI MADRE VIENE A PREGUNTARME SI QUIERO TARTA.

Le digo que no me apetece, que la probaré por la tarde. Me dice que está cansada y se va a dormir la siesta. Le digo que vale.

Yo también duermo un poco, cosa de media hora. Después les dejo la cama a mis gatos y vuelvo a estudiar.

A eso de las seis y media hago un descanso y voy al salón. Mi padre está viendo la tele. Le pregunto qué a donde han ido, me responde que a casa de mi tía-abuela, a ayudarle con el jardín y la huerta. Le pregunto a qué hora se fueron, sobre las siete y media de la mañana, me dice. La conversación no parece dar para más, así que le pregunto si mi tía estaba bien, me responde que sí y me pregunta que qué hago. Estudiar francés. Ah, muy bien, por cierto, hay tarta. Le digo que ya lo sé, pero que no me apetece.  Y esa es mi conversación del día.

Miro el capítulo de The Big Bang Theory de esta semana, entro en un par de blogs. Miro el mail de nuevo y me encuentro con un mensaje de mi hermano. Está haciendo obras en su casa, tirando un tabique y uniendo dos habitaciones para poder hacerse un vestidor. Todo esto, claro, sin decirles una palabra a mis padres. Me pregunta si le puedo dejar dinero. Le tengo que decir que estoy sin un duro, pero luego me doy cuenta de que tengo un par de pedidos de Amazon (libros, mayoritariamente) que puedo cancelar. Los cancelo, resto el dinero del  pienso de los gatos, pospongo las vacunas (que llevan pospuestas desde febrero, un mes más arriba o abajo, qué más da ya todo), y le digo que le puedo prestar unos doscientos euros.

Juego con mis gatos, tomo mi medicación. No tengo ganas de comer, pero tampoco puedo tomarme las pastillas con el estómago vacío, así que cojo un yogur, me lo llevo a la habitación y lo comparto con mis gatos. 

A las once y media meto a los mininos en la terraza para pasar la noche. Mi madre tiene la puerta cerrada, supongo que ya se habrá ido a dormir. Mi padre sigue en el salón, viendo la tele. Cierro la puerta para mitigar el ruido. No se da ni cuenta. 

Me voy a la cama. Como forma de preparar el examen  he decidido leer todo lo que pueda en francés durante este mes. Leo un capítulo y medio y apago la luz.

Fin del sábado, 11 de mayo de 2013.


1 comentario:

  1. No sé qué decir, así que sólo te saludaré, para que sepas que lo he leído todo y que tenía la esperanza de esbozar algún comentario mientras escribía que no sabía qué escribir, pero nada. Así que pues eso, hola.

    Un beso.

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