lunes, 13 de mayo de 2013

Un fin de semana cualquiera (segunda parte)

El domingo comienza de manera parecida al día anterior: oigo la puerta cerrarse. Miro el despertador y veo que solo son las ocho y media.

No pasan ni diez minutos hasta que mis gatos comienzan a maullar. Me levanto, voy a la cocina: no tienen comida. De nuevo. Los dejo comiendo y doy una vuelta por la casa: la habitación de mi madre está hecha y la ventana abierta. La de mi padre sigue con la puerta cerrada, así que no sé si está o no. Me decido a hacer una cafetera pequeña en lugar de la familiar.

Nada más comenzar a desayunar, aparece mi padre, recién levantado. Me pregunta dónde está mi madre. Yo le respondo que ni idea, que me desperté al cerrarse la puerta. Desayunamos. Me habla de fútbol, de gente a la que no conozco, de noticias de la tele y del periódico.

Con mi padre no hay que esforzarse mucho: con dejarle hablar es suficiente. De vez en cuando asiento y ya está.

Nos ponemos a recoger la mesa. Al final la tentación puede conmigo y le pregunto qué le pasa a mamá. Me dice que nada. 

Pues vale.

Limpio la habitación, ordeno. Mi padre, en ausencia de mi madre (y por tanto sin órdenes directas que seguir), decide pasar el aspirador. Yo debería limpiar el baño, pero paso. En lugar de eso, cambio las sábanas de mi cama. La lavadora está vacía, así que aprovecho y las meto. Pongo el detergente, el suavizante. Se me ocurre usar el mismo lavado para el pìjama, así que voy ami habitación, me pongo un chándal y vuelvo a meter el pijama en la lavadora. La lavadora ya está funcionando, pero mis sábanas no están dentro. Están tiradas en el suelo.
Mi madre aparece y, siempre evitando mirarme, dice "ropa de color".

Inspiro, expiro. Este tipo de cosas me las hace tan a menudo que no pueden afectarme ya. Lo repito en mi cabeza como un mantra mientras pongo mis cosas en el cesto de la ropa sucia.

Ya las lavaré más tarde.

A las dos mi madre  anuncia que la comida está lista. Dejadme hacer un inciso aquí, porque siempre me ha llamado mucho la atención el modo en que lo hace: no nos invita, no se va pasando el recado, no llega una hora en concreto en la que vayamos a la cocina: la puerta se abre, mi madre saca la cabeza y con el timbre de voz que se usaría para llamar a un perro desobediente grita:"¡A comer!". Una de las pocas ilusiones que todavía me quedan es que en algún momento alguien le regale un triángulo o un bongo para anunciar el almuerzo. Eso pagaría por verlo.

La comida se hace cada vez más incómoda. Yo, aún en el mejor de los casos, no como mucho y lo hago bastante rápido. Mi padre se eterniza, así que allí estamos los tres, yo mirando por la ventana, mi madre mirando por encima de mi hombro, mi padre inflándose a comer como si no pasara nada.

Me cabreo. Supongo que ya era hora, pero yo no suelo cabrearme, no de verdad. Me enfado, me disgusto, pero lo que surge ahora en mí es una furia tan grande que si la desato rompo los platos contra la cabeza de alguien.

Al final la tortura se acaba y nos podemos levantar de la mesa. Voy a mi habitación, me tomo un Trankimazín. Mi ira se intensifica porque detesto que el comportamiento de nadie me obligue a tomar una pastillita. Es humillante, es asqueroso.

Mi madre vuelve a marcharse. Voy al salón y le digo a mi padre que no mi importa qué le pasa, que o habla con ella para que se comporte o que cojo la puerta y me largo. Que estoy hasta las narices. Mi padre me dice "no es para tomárselo así...", que es lo que siempre dice.
Me vuelvo a mi habitación. Por el pasillo ya oigo como se abre la puerta del mueble-bar. 

Ahora he llevado a mi padre a refugiarse en el alcohol. Genial.

Al final dedico la tarde a nada de provecho. Un domingo más perdido.

Llega la hora mágica, las once y media de la noche, en la que me está permitido irme a la cama, dormir y olvidar que esta tortura de existencia es lo único que tengo.

Así acaba el domingo, 12 de mayo de 2013.

domingo, 12 de mayo de 2013

Un fin de semana cualquiera (primera parte)

El sábado me despierto a las tres y media de la mañana: el Trankimazín Retard no ha funcionado sus doce horas. Otra vez. Y no me quedan pastillas del Trankimazín normal, el que funciona al momento. Así que doy vueltas en cama hasta las cinco, en que me vuelvo a quedar dormida.

Mis padres hablando en el pasillo me despiertan. No sé que hora será, pero no tengo la sensación de que haya pasado mucho tiempo. Oigo que mi puerta se abre y siento como uno de mis gatos se mete debajo de las mantas conmigo. Vuelvo a quedarme dormida.

A las nueve, suena el despertador. No puedo creer que tenga otra día por delante. Lo apago. 

Pero la Alice de ayer por la noche me conoce muy bien, así que ha recurrido al truco que nunca falla: a las nueve y cuarto el ruido más espantoso del mundo comienza a sonar, cada vez con más fuerza. Es algo así como el rascar sobre un encerado mezclado con el sonar de un viejo despertador, y proviene de lo más alto de la estantería opuesta a mi cama.

Sí, eso es lo que hago para salir por las mañanas de la cama: primero me doy la oportunidad de levantarme por las buenas (que nunca funciona, pero en fin), luego coloco el móvil en lo más alto de la estantería con un sonido espantoso que se repite indefinidamente cada dos minutos. Así que para pararlo no sólo tengo que levantarme, sino coger una silla, moverla hasta la estantería, coger el móvil y apagarlo. 

Si después de eso me vuelvo a la cama, ya doy el día por perdido.

Así que me levanto a las nueve y cuarto, voy a la cocina y ya me doy cuenta de que estoy sola. La cama de mi madre está hecha, la de matrimonio (donde duerme mi padre), también. Las persianas están levantadas, las ventanas algo abiertas para ventilar la casa. Y mis gatos no tienen ni una pizca de comida.

Así que les lleno el comedero, preparo el café, enciendo el ordenador y miro el mail mientras intento recordar qué les oí decir cuando me desperté con sus voces. Algo de coger una chaqueta, poco más. 

Resumiendo, no sé dónde están, cuándo van a volver, nada. Recojo la mesa del desayuno, lavo todo el "menaje" de mis gatos (el bebedero, los comederos, y esas cosas), hago la cama y me pongo a estudiar francés. Justo el día antes me lié la manta a la cabeza y me matriculé para hacer el examen del nivel intermedio por libre. Tengo un mes para estudiar como una cabrona o perder los 70 euros de matrícula que me he gastado en una sola oportunidad de aprobar (han sacado la convocatoria de septiembre para el alumnado libre).

Dan la una y media y sigo sin saber nada de mis padres. Pienso en ir haciendo algo para comer, al menos para mí. Revuelvo en la nevera y me "salvan" (soy un desastre en la cocina) los restos de comida de ayer: albóndigas. Abro una lata de espárragos para acompañar, pero me doy cuenta de que no tengo pan. Yo estoy sin un duro y en casa no hay ni cuarenta céntimos para una mini-baguette. Subo al desván y encuentro un paquete de pan precocinado en el congelador. Como. Recojo. No sé si poner o no el lavaplatos. Lo dejo sin poner de momento, por si todavía llegan mis padres para comer en casa.

Llegan a las tres, con su propia comida. Dicen hola y se van a la cocina. Poco después oigo el lavavajillas funcionando, que me da la pista de que ya han comido. Mi madre viene a mi habitación a decirme que han traído una tarta para el postre.

MI MADRE VIENE A PREGUNTARME SI QUIERO TARTA.

Le digo que no me apetece, que la probaré por la tarde. Me dice que está cansada y se va a dormir la siesta. Le digo que vale.

Yo también duermo un poco, cosa de media hora. Después les dejo la cama a mis gatos y vuelvo a estudiar.

A eso de las seis y media hago un descanso y voy al salón. Mi padre está viendo la tele. Le pregunto qué a donde han ido, me responde que a casa de mi tía-abuela, a ayudarle con el jardín y la huerta. Le pregunto a qué hora se fueron, sobre las siete y media de la mañana, me dice. La conversación no parece dar para más, así que le pregunto si mi tía estaba bien, me responde que sí y me pregunta que qué hago. Estudiar francés. Ah, muy bien, por cierto, hay tarta. Le digo que ya lo sé, pero que no me apetece.  Y esa es mi conversación del día.

Miro el capítulo de The Big Bang Theory de esta semana, entro en un par de blogs. Miro el mail de nuevo y me encuentro con un mensaje de mi hermano. Está haciendo obras en su casa, tirando un tabique y uniendo dos habitaciones para poder hacerse un vestidor. Todo esto, claro, sin decirles una palabra a mis padres. Me pregunta si le puedo dejar dinero. Le tengo que decir que estoy sin un duro, pero luego me doy cuenta de que tengo un par de pedidos de Amazon (libros, mayoritariamente) que puedo cancelar. Los cancelo, resto el dinero del  pienso de los gatos, pospongo las vacunas (que llevan pospuestas desde febrero, un mes más arriba o abajo, qué más da ya todo), y le digo que le puedo prestar unos doscientos euros.

Juego con mis gatos, tomo mi medicación. No tengo ganas de comer, pero tampoco puedo tomarme las pastillas con el estómago vacío, así que cojo un yogur, me lo llevo a la habitación y lo comparto con mis gatos. 

A las once y media meto a los mininos en la terraza para pasar la noche. Mi madre tiene la puerta cerrada, supongo que ya se habrá ido a dormir. Mi padre sigue en el salón, viendo la tele. Cierro la puerta para mitigar el ruido. No se da ni cuenta. 

Me voy a la cama. Como forma de preparar el examen  he decidido leer todo lo que pueda en francés durante este mes. Leo un capítulo y medio y apago la luz.

Fin del sábado, 11 de mayo de 2013.


viernes, 10 de mayo de 2013

Violetas

Es posible que no exista tema que haya dado más citas célebres y proverbios populares que el amor.

Quizás el desamor, que no deja de ser el amor en negativo.

Yo me sé unas cuantas: "el amor es como los espíritus, todos hablan de ellos, pero pocos los han visto"; "ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama"; "una vida sin haber amado es una vida sin haber vivido";"al primer amor se le quiere más, al resto  se los quiere mejor",

"EL AMOR TE HARÁ LIBRE".

Esta última es de las que más resuenan en mi cabeza. No tanto porque crea que sea cierta, sino porque vivo en mis carnes todos los días la veracidad de su contrario: "el que no te amen esclaviza".

Duermo bajo su mismo techo, como a su misma mesa, limpio su suciedad como a veces ellos limpian la mía... y no compartimos ni un solo pensamiento ni un solo sentimiento. Tan solo este existir, la rutina de las pequeñas cosas de todos los días, esas insignificantes acciones que no tienen importancia para nadie hasta que eres incapaz de realizarlas (hacer la compra, pagar las facturas, limpiar los baños,...) Todo eso en lo que se basa la vida del día a día, aquello con lo que llenamos nuestras horas de vigilia, todo eso que no tiene sentido hacer cuando lo compartes con quien no te ama, con quien ni te desprecia tan siquiera porque has perdido la importancia necesaria para generar rechazo.
Nadie odia una puerta o una lámpara o un sillón: están ahí y son más o menos útiles. Y eso es todo lo que son.

Pues ese desamor engancha. Al principio porque crees que lograrás cambiar la situación: serás más guapa, más lista, vestirás mejor, serás siempre amable con la gente... Luego te rebelas, quizás incluso pensando que ya no te importa, que te "buscarás" a ti misma y dejarás de ser lo que los demás esperan de ti. Con el tiempo me he dado cuenta de que lo único que cambia es la perspectiva: en lugar de ser para gustar, te pasas al ser para desgradar, para llevar la contraria, para que se fijen: PARA QUE SE DEN CUENTA DE QUE ESTÁS AHÍ Y TE DUELE.

Después viene el sentimiento más lógico de todos: la tristeza. Quieres y no te quieren. O peor: te quieren porque no pueden evitarlo, porque un imperativo biológico o una concepción social está tan introducida en su ADN que no pueden no quererte. Pero no les gustas. Con el tiempo, hasta te desprecian. Quizás incluso surja el odio, aunque sea en lo más profundo de su subconsciente.

Y tú estás ahí. ¿Por qué no te mueves, por qué no escapas? 
Porque, pasado el tiempo suficiente, ya no puedes. No buscas que te quieran otras personas, en otro lugar, en algún tipo de futuro. Porque no te lo mereces. Porque si quien ha tenido todas las posibilidades de conocerte y amarte te rechaza tienes la seguridad de que todos lo harán.

Pero lo peor aún está por descubrir. El hecho de que, si por algún milagro o accidente de la vida alguien te ama...¿qué se hace?, ¿cómo quiere una a alguien?, ¿cómo se confía, cómo puedes llegar a creer en ese afecto? 

¿Cómo se devuelve amor por amor?

No lo sé. La mera posibilidad de tener que enfrentarme a la situación me aterra. 

Cuando te acostumbras al vacío, la plenitud es un castigo.