sábado, 10 de agosto de 2013

Me siento una estafa, posiblemente porque lo soy.

Es la primera vez en mi corta experiencia en Facebook que me divierto. Estoy encontrando a gente con la que de verdad me gusta hablar y compartir las cosas. ¿Y qué hago yo? Pues voy y la fastidio.

No sé cuándo comencé a fingir lo que no sólo no soy, sino lo que me resulta imposible ser. ¿Al cambiar de colegio constantemente, lo que me permitía reinventarme? Antes, quizás: recuerdo jugar siempre a ser otra, a ser diferente. Todos los niños lo hacen, supongo, pero yo no he parado aún.

¿El problema? En realidad son dos: uno, que ya no me divierte y dos, que no lo controlo. No me hago un traje a medida sino que me obligo a meterme en un disfraz que ni siquiera me gusta, y cuando me doy cuenta de lo que he hecho, ya es demasiado tarde para arreglarlo. ¿Y qué me queda? Desarrollar el personaje, jugar a ser actriz en la vida real. Y evitar a toda costa el ser descubierta, lo que suele implicar mantener las distancias con la gente o directamente evitar todo trato directo con ella.

Quizás esa sea la razón de mi comportamiento: evitar que me conozcan, que descubran quién soy de verdad cuando se acerquen a mí. 

Y soy buena actriz, debe ser cierto que la práctica lleva a la perfección. La gente se cree lo que le cuento, quizás porque tiendo a aparentar normalidad en lugar de excepcionalidad; quizás porque primero me molesto en buscarlos y re-entrar en sus vidas tan sólo para mentirles enseguida. Quizás, sencillamente, es mi latente talento de estafadora.

Por más vueltas que le dé, sigo sin encontrar una respuesta, un porqué que cubra todas las bases, que explique todas las causas.

Mis últimas víctimas han sido hombres, lo que de por sí es excepcional, ya que suelo tratar casi exclusivamente con mujeres (tener amigas me resulta más seguro que tener amigos, no vaya a ser que estos deriven hacia algo más íntimo). Uno de ellos es mi primer "novio" (10 añitos teníamos), la mentira puede considerarse "light". De hecho si tuviese algún tipo de control sobre lo que invento, podría considerarse hasta corriente. Luego está un amigo del instituto, que ha merecido una mentira algo más elaborada dado que él también conoció a una Alice más maltrecha. Y finalmente está la víctima perfecta: la que no sólo consiente, sino  que pide más.

Este último comienza a ser un problema, lo presiento: estamos en la frontera. Él quiere más del personaje Alice, y Alice está más que dispuesta a seguir el juego. Si continuamos, le hago daño. Si abandono abruptamente el tablero, le hago daño. Si fuerzo una muerte natural sobre nuestra renovada "amistad", no sé si colará: la mentira y la pretensión ya han llegado demasiado lejos.

Lo único que verdaderamente sé es quién impulsó este comportamiento que creía superado, olvidado y, lo más importante de todo: controlado. Fue el contacto con alguien a quien hace tiempo dejé entrar en mi vida, dejé que me conociera de verdad y pedí que nunca se fuese. Y entonces, cómo no, decidió desertar y me dejó, por primera vez en mi vida, entendiendo porqué la gente odia la soledad. 

También esa experiencia creí tenerla olvidada, situada completamente en un pasado al que no deseo volver. Me equivoqué: sigo odiando que me dejara, sigo culpabilizando que me encontrase insuficiente, sigo resintiéndome de su rechazo, uno de los pocos que no solamente hicieron daño, sino que me resultaron incomprensibles. El último, de hecho, que me cogió por sorpresa.

Ahora he atacado yo primero, he mentido tanto y tan bien que me he asegurado no sólo su desaparición completa de mi vida, sino también su dolor. Y por un efímero momento logré sentirme vencedora. 

Pero en el fondo entiendo que tan sólo ha sido el principio de mi derrota, que intentando protegerme, me he desvirtuado y no sólo a sus ojos, sino a los míos. Mientras, las mentiras siguen expandiéndose, como una miasma que asfixia la pequeña esperanza de futuro que tan dura ha sido de obtener. 

Y, lo que puede ser potencialmente peor, sigo abriendo nuevos caminos por los que la mentira pueda campar a sus anchas, y alguno de esos terrenos han sido, hasta ahora, sagrados. Los he salvado de mi propia locura, los he resguardado pese al dolor y a la soledad. Quizás tan sólo para perderlos ahora a la mentira.


3 comentarios:

  1. No sé, Alice, si esta entrada pueda suscitarme un comentario decente. No estoy en condiciones de juzgar ni dar consejos reales a este respecto... pero, en fin, lo que dejo aquí te dirá que te leo y, lo que necesites, aquí está. Incluso gente de facebook menos interesante. Un abrazote.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, como siempre, por estar ahí. A ti que te has molestado en comentar y tod@s l@s demás que leéis, muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. Alice, ¿ dónde estás ? Echo de menos leerte.
    PD. Aunque no nos conozcamos.

    ResponderEliminar