domingo, 28 de julio de 2013

Lo que no he contado

Hace unos meses que os miento por omisión. Todo comenzó con las dos entradas que relataban un "típico" fin de semana. Fui escribiéndolas según pasaban las cosas, pormenorizadamente, y me di cuenta de que eso era algo que no conseguía hacer en mis visitas a la psicóloga: contar paso a paso el desarrollo de los acontecimientos hasta llegar a una situación concreta. Así que me lié la manta a la cabeza y le di a mi psicóloga (¡hola Isabel! -sí tú también tienes pseudónimo-) la dirección del blog.


Hasta ahí, sin problema. Era una forma de contarle mejor las cosas, no se trataba de descubrirle nada que ella no supiera. El problema surgió después y, como no podía ser menos tratándose de mí, me lo busqué yo solita.



Isabel me había comentado que tenía un paciente, un chico joven al que llamaremos Jandro, que lo estaba pasando muy mal y se encontraba muy solo. En este punto de la narración, permitidme un inciso: si queréis tocarme la fibra sensible existen dos temas, uno es el maltrato animal y el otro sufrir una depresión (o similar, no voy a dar detalles sobre su diagnóstico). Literalmente pierdo todo tipo de instinto de supervivencia o sentido común y hago (o intento hacer) todo lo posible, y más. Y no importa el resultado, siempre me parece que no he hecho lo suficiente, no he dado todo lo que debía, que he fallado por no prevenirlo, en fin, que el resultado siempre es la frustración, pero ahí sigo.



Así las cosas, me ofrecí a hablar con él, le dije a mi psicóloga que le diera mi mail, mi Facebook y (ahora viene lo más peliagudo), la dirección de este blog.



Pasó como mes y medio y no sabía nada de Jandro, así que me puse yo en contacto con él por Facebook. Al parecer él era muy tímido para comenzar una conversación, aunque fuese por un método tan poco personal como el chatear, y eso se convirtió en una de las bases de nuestras conversaciones: podía llevar conectada media hora y él también, pero si no comenzaba yo la conversación, no chateábamos. No era un problema, mi intención era echarle una mano, ofrecerle un poco de apoyo y, sobre todo, que se diese cuenta de que no estaba solo.



Las primeras conversaciones transcurrieron más o menos como me las esperaba: él estaba muy hundido y yo intentaba hacerle ver que lo que sentía y pensaba en esos momentos era fruto de su estado anímico, que no era realmente consciente de cómo eran las cosas en realidad. Le animé a salir, aunque fuera a dar un paseo, a no perder el contacto con los amigos que le quedaban, a intentar conseguir algunos nuevos,... En otras palabras me encontré diciéndole a él lo que tantas veces me habían dicho a mí (sí, Isabel, sí, tenías razón, como siempre). Jandro tenía un horario casi nocturno y comenzábamos a hablar a eso de las nueve o diez de la noche, y yo no desconectaba hasta que me parecía que él estaba más animado o me daban las tantas (una de la mañana, por ejemplo). Y eso en épocas de exámenes. Me resultaba un poco duro, porque en seguida me quedé sin argumentos (no soy ninguna especialista, puedo dar mi opinión o mi punto de vista sobre algo, pero nada más). Sin embargo la satisfacción de estar ayudando, por poco que fuera, me recompensaba. Comencé a cogerle algo de cariño, como si fuera uno de mis primos pequeños. Me preocupaba por él.



El primer problema surgió pasada la primera semana de chatear diariamente. Me estaba contando algo sobre su personalidad y yo no compartía su punto de vista. Para refutárselo me puse yo y otra persona cercana a mí como ejemplos. Y entonces él me contestó usando información privada sobre esa persona que le había mencionado. Información que, desde luego, sacó de Facebook (ya que está agregado como amigo a mi cuenta), pero que no era directa. En otras palabras, información que sacó de cotillear, no ya mi muro, sino la página de esa persona a fondo. Quería enterarse de quién y cómo era (no puedo daros más detalles, tan sólo que a mí me quedó muy claro que había sido un trabajo de investigación en toda regla, no una casualidad). Y ahí tuve que plantearme lo que estaba haciendo.



Porque una cosa que nunca he soportado es que indaguen sobre mi vida. Yo ofrezco determinada información para comenzar y, si la relación (del tipo que sea) va progresando, me voy abriendo más sobre mí. Pero tardo mucho, mucho tiempo en hablar sobre mis amigos o mi familia a esa nueva persona. Y si esos límites no se respetan, la relación por mi parte se rompe. De buenas maneras al principio, secamente si tengo que dar un segundo aviso y por las malas si aún así no lo entienden.



Me cabreé: con él también, pero sobre todo conmigo misma. ¿Cómo podía haber sido tan confiada, tan naïve, para facilitar toda esa información sobre mí misma a un virtual desconocido? Y, por ende, la de otras personas ligadas a mí. Esa noche no conseguí dormir, así que me dediqué a abrir una segunda cuenta en Facebook (con un alias, claro) y pasar allí a las personas más cercanas, aquellas que solían compartir información más privada conmigo. Después cambié mi mail y se lo di a todos mis contactos. Pero me quedaba Normaland.



Este sitio que jamás debió salir del más absoluto anonimato y que yo había ofrecido en bandeja de plata. Supongo que much@s estaréis pensando que soy una exagerada y quizás tengáis razón. Lo único que puedo decir es que he sido así desde muy pequeña, no lo soporto, es un comportamiento que me irrita profundamente y ante el que saco las garras. Metafórica y literalmente.



Dejé el blog como estaba, tenía exámenes y no pensaba escribir hasta que los hubiese pasado, pero me planteé privatizarlo. A algunas (con las que pude ponerme en contacto privadamente, os di un blog alternativo).



Después de ese incidente seguimos chateando, aunque yo procuraba darme algún día de respiro, algo así como chatear dos días seguidos y descansar uno. El estado de ánimo de Jandro no mejoraba, por mucho que yo intentaba hablarle de tonterías, programas de la tele, noticias curiosas, opciones para conocer gente, libros, películas, yo qué sé... podía estar estudiando y ocurrírseme una actividad que sugerirle, la apuntaba y por la noche intentaba animarle a llevarla a cabo. Pero mis esfuerzos eran inútiles. No sólo porque él estuviera tan mal como para considerar todo lo que le decía como imposible, sino porque ni siquiera me escuchaba.



Ahora bien, dejadme explicaros algo: yo he tenido (tengo) depresión y sé que el que te escuchen, el que te digan "te entiendo, creo que lo que me estás contando de verdad es así de duro para ti" es agua de mayo. Para mí el escuchar y el comprender (en la medida de lo posible) son grandes bálsamos para el alma. Además también es cierto que la depresión te vuelve egocéntrico: te sientes tan mal que no ves lo mal que lo puede estar pasando la gente a tu alrededor y, cuando finalmente lo ves, la culpabilidad que se siente te genera aún más dolor y sufrimiento, con lo que entras en un círculo vicioso.



Por todo esto no le di mucha importancia al principio cuando él tan sólo se mostraba algo reactivo al hablar de lo mal que lo pasaba. Me parecía normal, se desahogaba con alguien que podía entenderle. Pero más adelante me di cuenta de que su comportamiento iba más allá: se negaba a hablar de lo que no le interesaba y lo único que le interesaba era él, de tal manera que manipulaba las conversaciones para volver a ligeras variantes sobre el mismo tema: lo estoy pasando muy mal; no quiero hacer nada, aunque todo el mundo me diga que ésa es la forma de salir del pozo, no lo haré; no me importa ponerme peor, no me interesa mejorar; odio a la gente que me rodea, porque me dejan o porque no me creen, o porque no me tratan bien,... todo eso es perfectamente normal en una enfermedad de este tipo, pero lo que a mí me molestaba (y cada vez más) era su petulancia, su manifiesto egoísmo, como una egolatría vuelta contra sí mismo ( en lugar de querer parecer el mejor, parecías desear ser el más enfermo y el más incomprendido, como si eso fuera su auténtica meta y los demás sólo estuviéramos ahí como meros espectadores).



Llegó un momento en que procuraba hablar con él más o menos todos los días, pero poco tiempo cada día (30 ó 40 minutos), porque de lo único de lo que aceptaba hablar era de él y cada vez de forma más exaltada . Comenzó a decir auténticas tonterías y barbaridades, pero eso no era lo peor, lo peor era que yo tenía la convicción de que me estaba probando, tentando el camino, intentando impactarme con lo que me decía. En una palabra, intentaba manipularme. Pobremente, pero la intención estaba ahí.



Y además, yo le importaba una mierda más allá de ser una oyente voluntaria. Como ya os conté en la entrada anterior, tuve problemas de estómago dos veces durante el mes de junio. La primera vez me "tumbó" casi una semana y no pude chatear con él durante 5 días. Y, cuando me puse algo mejor, le mandé un mensaje (que por supuesto él ni se molestó en responder) diciéndole lo que me pasaba y que no podría chatear con él en unos días. Cuando volvimos a hablar por Facebook, no me preguntó ni como estaba, tan sólo se quejó de que estaba aburrido. Y lo mismo la segunda vez que me puse enferma.



Así que me encontraba intentando ayudar a una persona manipuladora, egocéntrica, egoísta, condescendiente y cotilla. No quería abandonarle, porque me sentía obligada a hacer algo por él, a estar ahí (al fin y al cabo sí está enfermo); por otra parte reunía todos los ingredientes para sacarme de quicio. Aguanté por el método de  separarme emocionalmente de él y recordándome casi a diario que no quería comportarme como alguien cercano a mí que, en su día, se ofreció a escucharme y ayudarme, pero cuando vio que la cosa no se solucionaba en un par de meses, me soltó como si fuera una patata caliente y apenas hemos vuelto a vernos o a hablar desde entonces.



En pocas palabras, me había comprometido a estar ahí y ahí estaba, aunque fuese a contragusto.



A mediados de este mes comenzó a quedar con una chica. Yo estaba encantada, era positivo para él y, ¡qué leches!, para mí. El 15 de este mes me puse a chatear con él, pero la sensación de sacarle las palabras con sacacorchos (que era algo habitual) se volvió aún más difícil. Me dijo que no le apetecía hablar, le dije que no había problema y lo dejamos hasta el día siguiente. Durante dos semanas estuve conectada varias veces al día, le mandé mensajes preguntándole qué tal, incluso estuvimos conectados los dos al mismo tiempo y ni siquiera así se puso en contacto. Yo, tonta que soy, llegué a preocuparme, tan sólo para enterarme luego de que estaba muy ocupado saliendo a todas hora con esa chica.



Y a mí qué me dieran. Ya no era necesaria. Así que puerta. Como un objeto que se aparta a una esquina hasta que se vuelva a necesitar.



Tardé unos días en decidir qué hacer o qué no hacer, seguí conectada por si se decidía a dar señales de vida, pero nada. Así que lo borré del Facebook y volví a traer a mi página "oficial" a aquellas personas que había protegido bajo el pseudónimo. Como no quiero que vuelva a cotillearles, también lo he bloqueado de mi página y mis amigos de las suyas.



Y entonces volví a sentirme culpable, culpable de no darle una explicación antes de que se encontrase con los cambios en Facebook. Y le mandé un SMS (mi móvil es antediluviano, no tiene What'sUp), diciéndole que me alegraba de que las cosas hubieran mejorado (que es verdad), que me hubiera gustado que me dijera que no se ponía en contacto conmigo por esa razón y no porque estuviese peor, porque me había preocupado (cosa también cierta) y que le deseaba lo mejor para el futuro (cierto también). Y que adiós.



Decidme, por favor, si alguien os manda ese mensaje: ¿no entendéis que es una despedida?



Pues él desde luego no, porque a este sí me respondió, diciéndome que tampoco es que estuviese muy bien, aunque ahora salga a todas horas con la chica que os conté y que cuando le apeteciera hablar que ya chatearíamos por Facebook.



Pues va a ser que no.



Y esa contestación solucionó, estoy segura que sin querer, la dudas que tenía sobre qué hacer con Normaland. Y esta entrada es lo que voy a hacer y a seguir haciendo: absolutamente nada. No voy a privatizarlo, no voy a crear otro blog. Normaland se queda donde y como está.



Porque es aquí donde yo decido qué  contar sobre mi vida y mis impresiones y él formó parte de ellas durante este tiempo. Y si quiere leerlo, que lo haga y si no le gusta, que no lo lea.



Y tan sólo por si se da la primera posibilidad, dejadme poner las cosas claras: la gente no te abandona, Jandro, tú no la valoras mientras la tienes a tu lado, la tratas con indiferencia y egoísmo. La gente se cansa y es entonces cuando siguen con sus vidas y tú te quedas atrás. Eso es lo que me ha pasado a mí contigo, desde luego. Sé que estar enfermo causa muchas veces perder el contacto con la gente, perder amigos. Pero en tu caso es algo más: es tu comportamiento pasivo-agresivo.



Espero que las cosas te vayan bien, de verdad. Ojalá, ya que no he podido ayudarte, no te haya hecho daño. Y sí, soy muy consciente de que esta entrada te tiene que molestar, pero es mi verdad, es lo que yo he visto y vivido, y lo que he sacado en claro de toda esta experiencia, que está acabada y finiquitada.



Y, repito, esto es Normaland. Es mi espacio. Y lo va a seguir siendo.

4 comentarios:

  1. Joder, creo que en todo este planeta debes de ser de esas especies raras a punto de desaparecer, a los que se les llama buena gente. No te sientas culpable por haber "desaparecido", él hizo que eso fuera así, yo hubiera hecho lo mismo. Y probablemente bastante antes de que tú lo hicieras. Una experiencia más, de todo se aprende, tú no puedes salvar a quien no lo quiere.

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    1. La verdad es que yo creía que todo el mundo quería salvarse, me ha hecho falta verlo con mis propios ojos para darme cuenta de que no siempre es así. Es una realidad bastante descorazonadora, pero existe y como tal habrá que aceptarla.

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  2. Coincido con el comentario anterior, eres una buena persona porque apartir de tu experiencia sabes lo que se siente estar en el otro lado, lo que siente la otra persona. Ya no quedan muchas personas como tú que dan su tiempo y realmente quieren lo mejor para el otro,bueno seguro que quedan pero muy pocas. No puedo opinar sobre el muchacho en cuestión pero hay personas que sin tener ningún problema sicológico son iguales que él, me refiero al egocentrismo. Me parece que tratar de ayudarlo te ha ayudado a tí y mucho. Me alegro que sigas escribiendo, un abrazo.

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  3. Gracias por tu comentario, yo le sigo dando vueltas a todo el asunto y cada vez me queda más claro que me metí con muy buenas intenciones y ninguna idea de como llevarlas a cabo. Quise ayudar y sé que voy a acabar haciendo daño, porque algún día se acordará de mí, me necesitará para hacer de oyente de nuevo, y yo no estaré.
    Y si encuentra esta entrada, no va a estar de acuerdo con nada de lo que aquí digo.
    Así que me convertiré en otra persona más que le ha fallado, que le ha dejado tirado y lo ha puesto verde.
    Al final, con las buenas intenciones no basta. Tan sólo espero ser capaz de recordarlo en el futuro.
    Un abrazo!

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